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El transistor y los deudos

13/11/2020
 Actualizado a 13/11/2020
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Todos tenemos deudos más o menos cercanos. Todos alguna vez hemos llorado por nuestros deudos y a su vez nuestros deudos han llorado por nosotros.

La madrugada me pone en pie de forma acostumbrada. Pongo como es habitual en mí desde la intemerata la radio, un transistor recién comprado, un Sony que marcha bastante bien, mejor, por ahora, que el anterior que me arruinaba la escucha. Veremos si no tengo que hacer uso de la garantía pronto. No las tengo todas conmigo.

He madrugado mucho, frecuentemente es así, repito. Me atrae el silencio para escribir en la cocina igual que cuando era pequeña, si bien ahora lo hago por pura apetencia entonces lo hacia por necesidad inevitable. No había otro sitio mejor. Creo que ya entonces, con toda la vida por delante, sospechaba el tirón de la de la escritura en la mesa de la cocina con un puchero al lado calentando agua para lavar los platos. Y, en efecto, así fue. En cuanto puedo hago una escapada a la cocina guiada por algunos libros, el bolígrafo y unos folios baratejos, sobre todo, insisto, a una hora tempranísima, pisando despacio para no interrumpir el sueño a los demás durmientes. Muy despacio porque algunos no duermen ni siquiera con pastilla. Lo hago cuando no es alta ni clara la luz. Con la luz callejera de las farolas y el plafón circular escasamente potente de la cocina.

Recupero la memoria: el llanto de los deudos. Acabo de escucharlo en el transistor. No es ninguna sorpresa. Desde marzo este año abunda tal llanto. Son cantidad los deudos que conocen su ácido sabor, amargo, con desespero. La pandemia causa estragos y los deudos, reducidos en el campo santo, lloran. A lo lejos, a lo lejos parece ganar terreno una vacuna. Eso anima. Crea espera. Pero he ahí que Donald Trump, los tranpianos o trampistas, flamantes perdedores de las ayer elecciones estadounidenses no asumen la pérdida y hablan de una conspiración contra él que ha mantenido oculta la deseada vacuna contra la covid-19 hasta haberse realizado las citadas elecciones por lo que recurrirá y recurrirá las mismas. Y lo hará , sin duda. Con lo cabezón que es y endiosado que está.

Mientras tanto el transistor me dice que ayer el ganador, Joe Biden, delgado, de pelo cano, comedido, respetuoso ha visitado el silencio sepulcral, la blancura reinante y la llama perennemente humilde en la tumba del presidente John F. Kennedy en el cementerio de Arlington.
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