25/06/2020
 Actualizado a 25/06/2020
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Es más bien una leyenda de esas que los abuelos cuentan a los nietos mientras están tumbados a la sombra de un roble, pero siempre se menciona en las lecciones de historia que se imparten en nuestro terruño. Sobre la puerta de San Juan de nuestro excelso templo catedralicio cuelga un pellejo que la tradición popular identifica con el de aquel topo que minaba los cimientos de unas obras en las que los canteros oficiaban un matrimonio en el que un vidrio sublime se ve obligado a convivir con una piedra frágil y deleznable. No falta quien culpa también al topo de los problemas que han padecido los sillares de la seo durante estos siglos, así que quién sabe si a la vuelta de tres o cuatro décadas seré yo quien le cuente a mi nieto que fue también este maligno animal el que provocó por ejemplo que los proyectos de la autovía al terruño pucelano o la ampliación del parque tecnológico tiendan a infinito. Quizá le diga que el topo es un animal de ojos pequeñitos y por eso no acertó a ver la normativa para que los trenes de Feve volviesen al centro de la cuna de la democracia. Quizá le explique a mi nieto que este bicho saboteó los cimientos de la reconstrucción de una comunidad que nunca ha llegado a construirse y cuya supervivencia se ha guiado por el manual del artificio. Me gustaría contarle además a mi nieto que logramos cazar al topo justo a tiempo para que no sucediese lo mismo en la ‘Mesa por el futuro de León’, pero me da que no será así, porque este maldito animal ya está haciendo de las suyas y ha puesto zancadillas en la primera decisión, la de la jefatura de la banda, que iba a abordarse por consenso pero en la que rápidamente han hecho acto de presencia las malas artes para intentar dejar claro quién manda aquí. Eso sí, mañana mostrarán ante las cámaras buenas intenciones a palangana llena con un milagroso recetario para remediar los problemas del terruño leonés. Se hablará también de la despoblación, reto extremadamente complicado que se torna imposible cuando se aborda con muchas palabras y muy pocas acciones. Y no faltarán quienes culpen de todos los males a esos vecinos que se cuelan por las noches en nuestro huerto para robar las lechugas mientras se olvidan de los topos que minan nuestra tierra desde dentro y sin que nadie les vea.

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