16/09/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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La turalemia nos amenaza. El topillo avanza. Los animalitos invasores «están desapareciendo de las zonas de secano y están viniendo hacia el regadío» declaraba Matías Llorente el 29 de agosto, solicitando la intervención inmediata de las administraciones. Y no se refería a las declaraciones del vicepresidente y consejero de transparencia, Francisco Igea, al cual ya le enviaba una andanada en el mismo medio y la misma fecha, por haberse atrevido a lanzar sus campanas al vuelo acerca de la despoblación, para la cual ofrecía aquel el remedio de de la «agrupación de los pueblos».

«Eso de que un señor de la ciudad se levante un día, vaya por ahí a inaugurar no sé qué, y después de tomar un par de vinos, se atreva a decir que hay que agrupar los pueblos…Los pueblos no se pueden agrupar, donde hemos nacido queremos seguir viviendo». Tal vez ha leído don Matías a Machado (Antonio): «No el sol, sino la campana / cuando te despierta, es / lo mejor de la mañana». Tal vez aun quedan gentes que recuerdan ese sonido de la campana del reloj de la torre de la iglesia rebotando por la vega, invitando a los labriegos a levantar un momento la cabeza y pensar que lo que necesitan los pueblos hoy con mas urgencia son las cosas que propone Don Matías: «Necesitamos cobertura, Internet, sanidad, enseñanza, y las comunicaciones. Habrá que ver cómo se agrupan los servicios y se garantizan a los ciudadanos, no agrupar los pueblos». Eso es lo que dicen las campanas. Eso es lo que los habitantes de los pueblos están deseando oír. No es la tularemia ni el avance de los topillos lo que más preocupa en los vastos maizales de Los Oteros, ni en la grande y fuerte ciudad de Valencia de Don Juan, sino el que los nuevos políticos continúen obcecados en propuestas que parecen ocurrencias, en vez de atender a los requerimientos del campesino de a pie. ¿O es que pretenden continuar con las disparatadas opciones de aquella Silvia Clemente de infeliz recordación?

El topillo avanza y nos invade. Como los cabrones, aseguraba el difunto Sidoro. Y AnGLillo el de Cármenes también. «Si los cabrones volaran, no veríamos el cielo». Pero a lo que corre más prisa ponerle coto no es a la tularemia, sino a la desigualdad. Y a la desaparición de las campanas. Los campesinos quieren seguir viviendo allí donde nacieron, y con las mismas oportunidades que los demás. Atiéndase, pues, al campesinado y no al político, verán qué bien nos va. «Campanas de Bastabales, cuando os oigo tocar, muérome de soidades» escribiera Rosalía la Grande.
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