El tiempo no pasa para las leyendas de la ópera

Cines Van Gogh rescata una grabación histórica de la ópera ‘Andrea Chénier’ desde La Scala de Milán en 1985 con José Carreras, Eva Marton y Piero Cappuccilli en los papeles principales. Este jueves se exhibe a las 20:00 horas

Javier Heras
07/03/2019
 Actualizado a 19/09/2019
José Carreras en ‘Andrea Chénier’.
José Carreras en ‘Andrea Chénier’.
El título ‘Leyendas’ podría sonar exagerado, pero aquí se ajusta a la realidad. Se trata de una serie de grabaciones de momentos históricos de la ópera del siglo XX. Para empezar, ‘Andrea Chénier’ en 1985 en La Scala. Un elenco hoy impensable, con tres de los mejores cantantes de todos los tiempos.

En el papel titular, José Carreras, que no solo luchaba contra el recuerdo (Franco Corelli en 1960; Mario Del Mónaco en 1955), sino contra la lógica: es quizá el rol más pesado de todo el repertorio italiano, lejos del Verdi ligero y lírico al que acostumbraba. Pero el tenor barcelonés se preparó durante un año y entusiasmó al exigente público milanés con su calidez, intensidad dramática, pasión, elegancia y musicalidad. Su partenaire Eva Marton no le iba a la zaga. A la soprano dramática húngara se la asocia a Richard Strauss, a Puccini (con un Turandot de referencia) y a Wagner: debutó en Bayreuth en 1978 con ‘Tannhäuser’, e interpretó en 1996 el ‘Anillo’ completo. Milán la había premiado con la Rosa de plata en 1980, y fue testigo de su potencia, sensualidad y riqueza de matices.

El tercero en discordia no tiene rival: Piero Cappuccilli (1930-2005), apodado «príncipe de los barítonos» en Verona, en cuyo festival estuvo presente durante 20 años consecutivos, hasta su despedida de las tablas como ‘Nabucco’ en 1992. Especializado en Verdi, de ‘Rigoletto’ a ‘Macbeth’ (o Alfredo Germont, en ‘La Traviata’ de Visconti de 1967), se convirtió en una estrella del Metropolitan gracias a su timbre, su técnica, convicción, naturalidad y dicción cristalina. La Scala no olvidaba su antológico ‘Simon Boccanegra’ de 1971, junto a Claudio Abbado, y lo ovacionó como Carlo Gérard, tanto que incluso tuvo que apaciguar los aplausos para continuar.

La excelencia se mantuvo en la producción y, por supuesto, en el pulso sinfónico del maestro Riccardo Chailly y del coro. Al final, una velada que estuvo a punto de no celebrarse -por la huelga de trabajadores del teatro milanés- marcó época. En el patio de butacas se encontraba la viuda del compositor, la arpista Sara de Cristofaro. Este jueves, a las 20:00 horas, Cines Van Gogh recupera aquella representación de ‘Andrea Chénier’.

La cuarta ópera de Umberto Giordano, estrenada en la capital lombarda en 1896, fue también su único éxito. Una tragedia basada en una figura histórica, el poeta André Marie Chénier, primero un héroe para el pueblo en la Revolución Francesa, pero finalmente guillotinado en 1794. Burgués moderado y defensor de la monarquía constitucional, osó criticar la violencia de los jacobinos durante el período del terror, y fue condenado por Robespierre. El libreto recuerda al de ‘Tosca’, con esa mezcla de drama pasional e intriga política y ese villano enamorado y vengativo que abusa de su poder. Lógico: lo firmó Luigi Illica, colaborador de Puccini. Hoy mantiene su vigencia gracias a la profundidad de sus reflexiones (el alegato sobre la libertad de expresión) y a la fuerza de sus personajes, brillantemente caracterizados mediante el texto y la música.

A Giordano (1867-1948) se le considera –junto a Leoncavallo y Mascagni– uno de los pilares del verismo, la tendencia más importante de la música italiana del último tercio del siglo XIX. Como el naturalismo de Zola en literatura, daba voz a las clases humildes y buscaba el realismo (vero significa «verdadero»). Aparte de su argumento, efectista y visceral, la partitura es intensa, concisa y sombría. Comienza sin obertura, directa al grano. El canto es casi declamado (arioso); reproduce el habla. Las melodías suenan expresivas y no hay números cerrados. De hecho, la orquesta fluye sin interrupción y recrea la atmósfera de la época con alusiones a himnos como la ‘Marsellesa’ o ‘Ça ira’. Destaca el fino uso de los leitmotive, prueba de la influencia de Wagner, y el modo en que transmite incertidumbre con una instrumentación violenta y áspera. La belleza melódica se reserva para los protagonistas: el Improvviso del tenor –su vibrante defensa del amor y la solidaridad– y, para la soprano, La mamma morta, favorita de Maria Callas y famosa por una escena estremecedora de la película ‘Philadelphia’.
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