El terruño de mis ancestros

César Pastor
03/09/2018
 Actualizado a 04/09/2019
Cada día, a través de Internet, echo una larga ojeada a La Nueva Crónica y en los últimos tiempos ninguna de las noticias que trae referidas a León me entristece tanto como la constatación de la pérdida de habitantes que sufren la capital leonesa y su provincia, donde nacieron mis ancestros paternos y maternos, donde nací yo mismo y toda la caterva de mis tíos, tías y primos carnales y primos segundos.

Por diversas causas tuvimos que alejarnos de nuestra querida tierra. Y ahora se nos designa como nacidos en León empadronados en otras comunidades, lo cual es tristemente cierto, aunque también es cierto que en tiempos pasados muchas personas y familias enteras nacidas en otras comunidades e incluso en el extranjero venían a empadronarse en los pueblos leoneses atraídas por las ofertas de trabajo existentes sobre todo en las cuencas mineras a cuyos aspirantes no se les exigían pergaminos, diplomas ni títulos académicos o universitarios reales o trucados para acceder con sus linternas frontales y zapapicos al fondo de las minas.

Eso fue así durante décadas de progreso, hasta que alguien descubrió que se podía comprar en el extranjero carbón más barato que el producido en nuestro país. Ese fue el comienzo del cierre de nuestras minas autóctonas provocando que centenares y miles de obreros se fueran quedando sin trabajo y en el desaliento. ¿Más barato? Sin duda los mandamases y estafermos de la época no eran duchos en matemáticas, pues si a ese coste ‘más barato’ le hubiesen añadido el coste de las indemnizaciones por despido, la factura del subsidio de paro y sobre todo el enorme coste social de tantísimas familias sumidas en la desesperación…; si hubiesen tenido en cuenta todo eso se habrían percatado de que el carbón extranjero no resultaba tan barato ni mucho menos.

Es cierto que el declive de la minería del carbón tenía además otros motivos, sobre todo el de la evolución industrial. Hubo una época en la que el carbón era la materia señora y absoluta de nuestra vida. La inmensa mayoría de las cocinas familiares, llamadas económicas o bilbaínas, se alimentaban con carbón, lo mismo que las estufas y las calefacciones privadas, vecinales, escolares y hospitalarias. Los viejos como yo e incluso personas más jóvenes recordamos aún cómo la inmensa mayoría de los trenes eran movidos a vapor mediante el carbón quemado en sus voraces fogones para hacer hervir el agua de sus calderas; eran aquellas típicas briquetas conocidas por todos los ferroviarios del material móvil. Todo aquel panorama se fue al garete en favor de la electricidad y la electrónica que en pocos años invadieron nuestra vida privada y social. La evolución tecnológica se hizo imparable, necesaria y vital.

Ahora bien, la madre de todo el problema radica en la inoperancia ancestral de nuestra clase política, cómodamente instalada en los escaños de la dictadura o de la democracia con la sistemática misión de atribuirse cualquier éxito en el rodar bonancible de la maquinaria nacional y echar la culpa de cualquier fracaso a los partidos de la oposición. Ellos, los políticos de cualquier signo estaban y están obligados a tener visión de futuro y antes de cerrar las minas de carbón debieron tener prevista la instalación de otras fábricas y polígonos industriales para dar ocupación a los mineros que iban quedándose sin trabajo, evitando así que muchos pueblos se murieran de inanición, de tedio y de asco. Pero era evidente que los políticos gobernantes de la época se limitaban a vegetar o a medrar, mientras que los de la oposición se dedicaban primordialmente a poner trabas y zancadillas a los que tenían la misión de gobernar en rectitud.

Por culpa de los políticos León y alguna otra provincia han visto tronchado su natural progreso abriendo heridas que tardarán mucho en cicatrizar.

En la provincia de León había zonas que crecieron con las minas. Los numerosos mineros llegados con sus familias a nuestros pueblos motivaron la instalación de comercios, talleres, cafeterías, escuelas, servicios sanitarios, locales de recreo y de ocio, etc.

Y contrariamente el cierre de las minas ha provocado, como por efecto dominó, el cierre de todas aquellas tiendas, comercios, escuelas y servicios, con lo que todos salieron perdiendo. El ejemplo de Villablino es sangrante. En dos décadas ha perdido 15.000 habitantes; Fabero perdió 6.000; Bembibre 1500, y así hasta los 100.000 que ha perdido la provincia leonesa en su conjunto. Y todo el mundo, empezando por los políticos, tendrán que trabajar con denuedo para revertir esta situación a la de veinte o treinta años atrás.

En este preocupante panorama es de justicia salvar el honor de los arquitectos, urbanistas y diseñadores que han ido planificando la ciudad de León en las últimas décadas y que nos han ido dejando la ciudad que hoy es una de las más hermosas, modernas y admiradas por quienes la conocimos ochenta años atrás y por quienes la visitan actualmente. Por su categoría demográfica León es hoy una de las ciudades más bellas de España.
Lo más leído