cesar-gavela-buena.jpg

El templo del fuego

25/11/2018
 Actualizado a 19/09/2019
Guardar
De niño iba mucho a las iglesias, pero para mí el gran templo de la ciudad era laico. Y era un templo al que yo no podía entrar. Una catedral humeante que me fascinaba. Por eso siempre iba a verla en las tardes en que me subía a la bicicleta para recorrer las afueras industriales de Ponferrada. El templo del que hablo era la central térmica de la MSP. Allí sucedía la magia del fuego. La liturgia de lo secreto.

Me bajaba de la bici y observaba los pequeños trenes que bordeaban la cercana montaña de carbón y que luego volcaban su carga en un terraplén de cemento. Carga de antracita o de hulla que continuaba su viaje por una cinta que la llevaba a la vieja central. Una vez dentro, el carbón iba a parar a unas estancias candentes y recónditas que yo no podía ver. Lo que sí veía era el fuego desde la carretera, a través de los vanos de la central.

Muchísimos años después he podido, por fin, entrar en el templo. Hace días alcancé el antiguo corazón de la minería en Ponferrada; ciudad sin minas, pero trabajada por el carbón. Accedí al santuario, que ahora es parte principal del Museo Nacional de la Energía. Vi los hornos, los grandes tubos, los aparatos eléctricos, los contadores y otros elementos que antaño no pude conocer. Contemplé la minuciosa organización de la antigua factoría. Por allí me perdí, no me quería marchar. Subí por escaleras de hierro, admiré el lecho de los gigantescos fogones y recordé el tiempo aquel de los obreros y las llamas. Y sentí orgullo de haber nacido en una ciudad modesta y luchadora. Donde su mayor riqueza no era el carbón, ni las casas, si no los obreros que se ganaban la vida duramente, y que, además, amaban aquel mundo suyo, fabril y sacrificado. Se habían fundido con él. Y así sucedió mi plegaria, por fin atendida. Una plegaria, también, melancólica, porque me dio la impresión de que la ciudad y sus gentes viven demasiado de espaldas a este museo, a lo que representa, a lo que cuenta y explica. Pero Ponferrada no se puede entender sin profundizar en su historia industrial. Tan meritoria y potente; y mucho más cercana en el tiempo que las remotísimas andanzas de los caballeros templarios. Es estupendo, sin duda, ver cómo los viajeros y turistas visitan el gran castillo sobre el río. Pero entristece que sean tan pocos quienes acuden a la llamada civil y pedagógica de un museo de vocación nacional, pero que está en la entraña histórica de los bercianos actuales. De los que venimos de aquellos anónimos héroes de la energía.
Lo más leído