El soldador que hace catedrales de hierro

Miguel González Pérez recorrió grandes obras de toda España trabajando como soldador y en los ratos libres comenzó a construir precisas y preciosas reproducciones de grandes monumentos en hierro. Verdaderas obras de arte olvidadas en un garaje de su pueblo, Fojedo del Páramo

Fulgencio Fernández
04/07/2021
 Actualizado a 04/07/2021
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La frase más repetida cada vez que Miguel González Pérez abre la puerta de su ‘taller’ en Fojedo del Páramo es, a su vez, una exclamación: «¡Pero tú ¿qué tienes aquí!?». Y Miguel, 72 años, jubilado después de muchos años trabajando de soldador por toda España, esboza la sonrisa de quien ya ha vivido muchas veces esta situación: «Un entretenimiento, lo vas haciendo poco a poco. Primero en los fines de semana, en los ratos libres y te vas enganchando... tanto que muchas veces ponía música, me ponía a hacer monumentos y tenía que venir Araceli, mi mujer, a ‘rescatarme’ porque ya era la hora de cenar, casi la de ir para la cama».

Por eso no tiene respuesta para la pregunta de cuántas horas ha dedicado a esta afición de realizar reproducciones de grandes monumentos... en hierro, la gran mayoría; salvo uno que hizo en azulejo (la Catedral de Astorga) y uno en Aluminio (San Marcos de León).

Mauri el fotógrafo, con muchas décadas acompañando a redactores a todo tipo de reportajes, con muchos artesanos en sus fotos, le confiesa: «Le digo la verdad, nunca he visto nada así».

Miguel esboza una sonrisa. La de quien ya ha escuchado muchas veces confesiones parecidas». Sale la sonrisa del socarrón que se intuye en alguna de las obras que decoran el exterior, la tapia del huerto familiar donde tiene la figura de «un indignado que lleva un maletín para calcular las pensiones... con una azada. Les ponía yo dos meses y trabajar con la azada y ya verás cómo les cuadraba el cálculo de las pensiones».

Pero entremos nuevamente. A aquel garaje o taller en cuyas paredes hay muchos aperos antiguos pero, sobre todo, viven varios monumentos de gran tamaño: La Catedral de León, San Isidoro, el Palacio Episcopal de Astorga Edificio Gaudí, el Ayuntamiento de Astorga, todos ellos en hierro; San Marcos de León, en aluminio; y la Catedral de Astorga, en azulejo labrado por Miguel «porque era el material que pedía».

- ¿Cómo empezaste?- En León. Iba el chaval a clase y tenía que esperar a que saliera y me dediqué a pasear por la ciudad, a admirar la Catedral, San Isidoro... en fin, todo, y como trabajaba como soldador, estaba acostumbrado al hierro y la radial, me puse a hacerlos. Empecé por la Catedral, aunque primero leí mucho sobre ella y los otros monumentos, me hice con los planos...Y le ocurrió una cosa curiosa pero que habla de su afán perfeccionista y que no repara en tiempo para lograr la mejor obra. «Ya había hecho dos torres, que ahora están colocadas en la verja de entrada, cuando el periódico de La Crónica comenzó a dar unas láminas transparentes de todas las vidrieras de la Catedral. Pero el tamaño era más grande que la proporción que me daban los huecos y empecé de nuevo... de hacer las cosas, hacerlas bien».La Catedral encierra otro ‘secreto’ de cómo Miguel ha trabajado para que la reproducción sea fiel en medidas y en filosofía: «Uno de los problemas que tienen estos monumentos es su peso, ya que son de hierro la mayoría,  con chapas de 10x10, cuadradillos... yo les tuve que poner ruedas para manejarlos y para moverlas hace falta una grúa. San Isidoro, que debe ser el más grande, pesa entre 1500 y 2000 kilos, más cerca de 2000; y la Catedral solo pesa unos 300 ¿Sabes a qué se debe?».

- ¿No es de hierro?
- Sí. Pero la Catedral, como bien sabrás, es casi todo luz y vidrio, y esos no pesan, claro.

En ese momento enciende la iluminación interior  y se entiende perfectamente lo que el artesano nos explica.

Miguel no es de Fojedo, allí se asentó al casarse con Araceli, cuya familia es de este pequeño pueblo paramés. «En invierno seremos unos sesenta, y encima viejos», dice. Nuestro artesano es leonés de la capital y comenzó a trabajar muy pronto, desde niño: «Con 12 años ya estaba trabajando. Estuve en una pescadería del Mercado de Colón, después en El Serranillo, en un taller de motos, en Maiso... hasta que ya me hice soldador titulado y me fui a trabajar por toda España, en grandes obras, estábamos muy solicitados porque había mucha obra».

Trabajó Miguel en la famosa central nuclear de Lemoniz, en centrales térmicas, refinerías... y  todas estas grandes estructuras. Para él las varillas son casi un juguete y con ellas ha hecho todas las figuras que pueden verse sobre la tapia y la verja de entrada al huerto, lleno de flores. «Eso es cosa de Araceli, la mujer, a mí no se me puede dar todo bien y lo del huerto y las flores nunca se me dio», explica, aunque añade: «Lo que sí le hago son estructuras para que ponga los tiestos y siempre los coloca en otra parte».

A ambos lados de la verja de entrada ha colocado dos obras que algún significado tendrá la elección: «A un lado está la fragua de Vulcano, basada en la obra de Velázquez, y Don Quijote y Sancho.

- ¿Tú quién eres?
- Miguel...; y sonríe.

A Miguel no le importaría que sus obras pudieran ser vistas y admiradas por la gente, bien lo merecen, pero también tiene muy claro que «no las voy a mover para cualquier cosa, para que quien las lleve no las valore y no estén en un lugar digno, que como pesan mucho las dejen allí olvidadas. Claro que me gustaría que las viera la gente, supongo que un lugar muy apropiado sería en el Camino de Santiago, que recorre tanta gente y las reproducciones son monumentos del Camino.

Lo que es una pena es que no los pueda disfrutar la gente. Nos vamos. Sale Araceli a despedirnos.

- ¿Qué les ha parecido?
- Una pasada.

Sonríe. No es la primera vez que se lo dicen. Seguro.

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