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El sol y la pradera

17/06/2015
 Actualizado a 17/09/2019
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La noche del miércoles pasado, pensé en escribir sobre los silbidos a Piqué durante el partido de la selección española en León. Me parecía que ejemplificaban perfectamente muchas de las cosas que ocurren en este país. Seguramente, la muestra de que gran parte de lo que nos pasa no es producto de la casualidad. El tema se sobó tanto en un sentido y otro que llegó a aburrirme. Incluso a ratos me dio asco, mucho. Llegué al punto de repudiarnos como sociedad. Ya se me pasó, pero no creo que me dure mucho.

Después pensé en escribir sobre los tuits de Guillermo Zapata, sobre la inconveniencia y la falta de gracia de los mismos. Ni el pretexto del contexto ni el humor negro son capaces de justificarlos. Me apetecía hablar sobre el peligro que suponen las redes sociales para muchos, y como Twitter debería poner cuatro o cinco filtros antes de que se pudiera enviar un tuit. También pretendía hablar acerca de la doble moral, de la poca vergüenza y de la hipocresía de los de siempre. Pero volví a sentirme asqueado.

No suelo frecuentar esos estados de ánimo, me cuesta reconocerme en ellos, pero últimamente acuden a mí con más asiduidad de la que me gustaría. Y no es algo que me agrade, todo lo contrario.

Por eso, cuando el sábado pasado me tumbé en la hierba que rodea la ermita del mirador de Ribadesella mientras el sol acariciaba mi rostro, decidí que no iba a escribir sobre los pitos a Piqué, ni sobre los inoportunos chistes de Zapata. Porque me hastía tanta crispación y aborrezco el estado permanente de irritación en el que vivimos.

Porque creo que la vida debería ser mucho más sencilla, menos embarrada y enmarañada. Ajena a intereses espurios, más honesta y menos egoísta. Con las dificultades intrínsecas que nos presenta diariamente, por supuesto. Aunque exenta de aquellas que añadimos nosotros.

La vida tendría la obligación de ser algo natural, sin aditivos. Por ello me quedo con lo que el lunes le ocurrió al nuevo alcalde de A Coruña mientras era entrevistado por Pepa Bueno en la Cadena Ser. Xulio Ferreiro, que así es como se llama, estaba respondiendo a las preguntas de la periodista cuando la conversación se vio interrumpida por el llanto desconsolado del hijo del alcalde que se quejaba por la leche del desayuno. Ferreiro demostró templanza, naturalidad y buen humor para salir airoso de su primera crisis como regidor.

Afortunadamente, para seguir adelante, siempre nos quedaran esos momentos de espontaneidad, el sol y una buena pradera en la que tumbarnos.
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