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El Síndrome de La Moncloa

15/11/2018
 Actualizado a 17/09/2019
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Ciudades, apellidos de científicos e investigadores, lugares concretos e incluso personajes de dibujos animados dan nombre a todo tipo de síndromes. Unos más peligrosos que otros. Algunos con una trayectoria de décadas y otros más modernos, pero al fin y al cabo síndromes. El que da nombre a esta columna tiene 41 años, ya que fue en 1977 cuando La Moncloa comenzó a ser la morada del presidente del Gobierno. Por ella han pasado ya seis inquilinos y todos ellos han padecido, e incluso algunos padecen todavía, el Síndrome de La Moncloa. Es más, alguno de ellos estuvo a punto de dejar como un mero aficionado a Jack Nicholson cuando las paredes y pasillos del hotel de ‘El Resplandor’ le convirtieron en otra persona totalmente diferente a la que entró por primera vez a ese edificio.

No me considero hipocondriaco ni supersticioso, pero con los antecedentes que todos conocemos cuando acudí la semana pasada a La Moncloa lo hice con cierta cautela y me propuse convertirme en cobaya humano y experimentar en mi propia piel los posibles efectos de dicho síndrome.

Pasado el correspondiente control de seguridad, un vehículo me condujo hasta el edificio donde se cobija el secretario de Estado de Comunicación, que era el anfitrión de la reunión a la que había sido invitado junto a otros cuatro colegas de profesión. Una vez dentro, los pasillos estaban llenos de fotografías en las que se podían ver a los anteriores habitantes de La Moncloa en escenas solitarias o acompañados con otros líderes extranjeros o con personas desconocidas. Así pude ver a Adolfo Suárez junto a unos tunos en Salamanca, a Felipe González cuidando sus bonsáis, a Aznar andando en bicicleta, a Zapatero con Obama y a Rajoy junto a la amiga Merkel en Chicago. De vez en cuando miraba hacia atrás para ver si vislumbraba a las niñas de ‘El Resplandor’ pero lo único que conseguí ver fueron funcionarios corriendo de un lado para otro.

Y para qué engañarles, lo del Síndrome de La Moncloa sospecho que es una invención de mentes malintencionadas, porque no noté ningún comportamiento extraño en mí durante mi estancia ni a posteriori. Es cierto que una vez finalizada la reunión de trabajo y realizadas las correspondientes despedidas algo me animó a hacer todo lo posible por permanecer más tiempo allí, era como si una fuerza me llamara a permanecer entre esas paredes lo máximo posible, pero hasta lo que yo sé éste no es un síntoma característico de dicho síndrome. De todos es sabido que nuestros presidentes si algo han demostrado siempre es no tener un afán desmedido en permanecer a toda costa habitando allí. Cuando finalmente me invitaron a abandonar La Moncloa me despedí de una funcionaria con un burlón ‘chiqui’, una expresión muy técnica y respetuosa utilizada entre las bambalinas del Ministerio de Todos, también conocido como Hacienda.

Una vez me dirigía a Chamartín para iniciar camino de vuelta a tierras leonesas me avisaron que a un conocido mío le habían cazado con las manos en la masa y lo primero que se me ocurrió fue enviarle un ‘sms’ diciéndole «sé fuerte, mañana te llamaré». Ya en el tren cuando un viajero se dirigió a mí le contesté con un refinado acento texano. Y a su pregunta de si el asiento estaba reservado, le aclaré que los fondos reservados eran eso, reservados, y que el señor X de los GAL era un personaje más del recientemente fallecido padre de los superhéroes de Marvel. Antes de llegar a mi destino no tuve más remedio que intervenir en una conversación que tenían dos viajeros y recriminarles que dijeran que España estaba en crisis y les recordé que nuestro sistema financiero es el más sólido de la comunidad internacional. Y por fin, llegué a mi casa y me tomé un Aquarius mientras aplaudía en la televisión cómo se devolvía en caliente a más de cien inmigrantes que habían saltado la valla de Ceuta y recriminaba a mi mujer que se atreviera a decir que Arabia Saudí no respeta los derechos humanos, ¿o es que los trabajadores gaditanos de Navantia no son humanos?

Y no sé si sería por el cansancio o por el sueño, pero cuando me dirigí a mi dormitorio y pasé al lado de un espejo me pareció ver en mi reflejo a otra persona totalmente diferente, pero seguramente fueron ensoñaciones, porque a las pruebas me remito, he podido constatar que el Síndrome de La Moncloa no existe.
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