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El silencio de los ‘peperos’

08/09/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Estará contento. Feliz. Y descojonándose de todo y de todos. Su permanente y reiterativa sonrisa seráfica se ha trastocado en carcajada. En risa escandalosa. A quien lo perdió todo ahora le premian. Y no con la pedrea precisamente. Al ex mandamás de la Diputación y de la alcaldía de Valencia de Don Juan lo elevan a los altares. A lo máximo provincial en el plano autonómico. Es la contraprestación que el despistado de Alfonso Fernández Mañueco, el amo regional del Partido Popular, le hace llegar al frustrado. Al que perdió hasta la camisa. ¿Después de esto qué confianza puede tener la gente de la calle al ver cómo funcionan los del charrán?

Dicen que el tiempo todo lo borra. Eso, por norma, se destaca siempre. En algunos casos es posible. En otros, no. Jamás. Y si en el PP pretenden desplazarse por la vía del ‘no me acuerdo’ o ‘yo qué sé’, están equivocados. De principio a fin. La porosa estrategia de continuar con el apuntalamiento de los enfermizos cimientos del partido –que sufre de clara aluminosis– puede convertir el edificio en una ruina.

No obstante, en el ambiente se percibe un fuerte olor a cuerno quemado. La tufarada lo invade todo. Es el recuelo del comité ejecutivo celebrado en la capital leonesa a principios de agosto. Se cambió al número dos del partido, cierto, pero el devaluado presidente siguió en el cargo. Sin darse por enterado de la hecatombe. Dame pan y llámame perro. O lo que quieras. Porque, en forma de aire medicinal, eso le han venido suministrando a Martínez Majo desde entonces. Una gran bala de oxígeno.

Claro ¿Cómo iba a abandonar el puestecito? Sería lo último. Lo sabía mejor que el catón. Y si, al final, no sonaba la flauta de la Delegación Territorial de la Junta –que todo apuntaba a que sí– tiempo habría de encontrar una recolocación. Porque auto regenerarse, en absoluto. Nunca. Emboscado en el Paseo de Salamanca continuaba con la martingala de arrumbar en una carpeta, al amparo de un candado y siete llaves, el término renovación. Y el de dimisión. Le importaba tres pitos –que es lo grave– haber perdido los tres ayuntamientos más importantes –León, Ponferrada y San Andrés– y que a él le hubieran ‘renovado’ los electores tanto en Valencia de Don Juan como en el Palacio de los Guzmanes. Se la sudaba. Y se la sudó gracias a Mañueco.

El PP es una vergüenza pública. Una cataplasma. Un sinsentido. Estimulan a los que, conchabados con la oligarquía, han fracasado en toda línea, y no tienen los pelés de reivindicar figuras como la de Emilio Gutiérrez, a quien –pese a ponerles en bandeja de plata la ciudad de León– descuartizaron en vivo con nocturnidad y alevosía. Es para llorar. O como para mear y no echar gota. Ni una. Nada.
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