El silencio de las campanas

26/07/2022
 Actualizado a 26/07/2022
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El nunca más es un lustro en el Bierzo. No sé si se computa a más años el basta ya o el hasta aquí, pero las mediciones temporales son casuística pura, impredecible suma (en la que introducir muchas restas) cuando se habla de fuego en la Tebaida. Aunque tampoco hay que acogerse a los ojalás o al perejil de San Pancracio al llegar el verano para atraer a la fortuna y conseguir que el chisqueiro, esta vez, no tenga lumbre. No. Que va. No es cuestión de suerte. Ni el inicio, ni el nudo ni el desenlace. El fuego empieza por donde se le deja. Encuentra hueco en el abandono y de eso el rural tiene una tesis cum laudem. La muerte no llega sin el olvido y en el pueblo se invierten las bienvenidas de ambos. Primero olvidamos, pero, con nostalgia, eso sí, que parezca que tenemos corazón de soto, desde la sartén de asfalto que pule las suelas de nuestras ruedas. Como si lo peculiar fuera no ser urbanita, aunque sepamos poco de regar raíces ya. Y se secan, sí. Porque al final uno es de donde pace más que de donde nace…y ya nos construimos sin pueblo. Nacen hornadas de niños huérfanos de la casina del abuelo. Muere el rural y con él esos parientes que ya no corretearán al río ni merendarán una rebanada de hogaza con aceite. No saben ya cuál es el castaño que temían sus mayores para hacer la caja de la despedida, porque en el rural todo se prevé con tiempo. En la ciudad hay demasiada prisa y el humo forma parte del paisaje sobre la serpiente multicolor de cochecitos teledirigidos que pueblan los caminos grises. En la casina, el humo duele y huele a llama viva que se come el pan. Lo bucólico a veces se puede sortear e incluso sacrificar, porque el cambio de color de verde al negro es tan temporal como el nunca más. Triste el luto, siempre triste, pero el refajo sabe que hay vida escondida. Lo demás, la muerte, no es cuestión de colores. Se funde a negro el monte, el suelo se desnuda, el arroyo se hunde, la tierra se desencaja. Y alguien hay atento a lo que arde para hacer de la pérdida un encuentro oportuno. En el Bierzo sabemos que cada cinco años vuelve, como el herpes encallado, el descuido, el incendiario, el rayo, la oportunidad… y el llanto de las campanas que ya no tocan a fuego.
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