09/09/2015
 Actualizado a 14/09/2019
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Hemos fracasado, y con estrépito. Nos hemos convertido en el animal más despiadado que habita sobre la tierra. Nos decimos racionales y demostramos a diario una crueldad pavorosa. El ser humano es una decepción en sí mismo. Tan triste como real.

La insoportable fotografía de Aylan Kurdi, el niño sirio de tres años que encontró la muerte a orillas de la playa turca de Bodrum, ha conmocionado al mundo. Consiguió que se nos removieran la conciencia y las tripas. Una vez más, ha tenido que suceder una catástrofe en Europa para abrir los ojos ante una guerra que lleva más de cuatro años desangrando Siria.

A buen seguro, ha habido cientos de fotografías no tomadas que hubieran reflejado la tragedia que se vive en ese país y en otros muchos asediados por la muerte; la que provoca la guerra y el hambre. Imágenes esas que nunca veremos y ni tan siquiera llegaremos a imaginar. Mejor así, nuestras conciencias podrán descansar tranquilas.
Guerras alentadas y patrocinadas por occidente, intereses geopolíticos que superan el límite de la decencia. Todo vale mientras se gane dinero al precio que sea y la cosa pille lejos, no vaya a salpicarnos.

Dirigentes políticos que se reparten a refugiados como si fueran piezas de un juego de mesa. Incapaces, inútiles y egoístas, siguen empeñados en la idea de poner puertas al campo. Solo hay que recordar las palabras de David Cameron en referencia a los refugiados: «ese enjambre». Como si los cientos de miles de desplazados recorrieran a pie por simple antojo los 3.500 kilómetros que separan Siria de centroeuropa. Los 240 mil muertos no tuvieron tanta «suerte».

Los políticos piensan que la solución se encuentra aquí y no en sus lugares de origen. Cada día resulta más evidente que no somos iguales. Nacer a un lado u otro de la alambrada determina buena parte de nuestro futuro.

Después está la gente, los ciudadanos de a pie. Los que queman los centros de acogida y los que agreden brutalmente. También están los otros, los que se prestan a dar cobijo en sus casas.A esta última esperanza toca agarrarse, es la única oportunidad de salvarnos.
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