El sanador pálpito del arte

Virginia del Arco lleva unida al arte desde adolescente, cuando sentía la necesidad de expresarse a través del dibujo y el color, con los que sentía no solo la satisfacción de la expresión lograda sino una tremenda curiosidad por seguir avanzando técnicamente

Mercedes G. Rojo
17/07/2018
 Actualizado a 16/09/2019
Virginia del Arco trabajando en una de sus últimas creaciones.
Virginia del Arco trabajando en una de sus últimas creaciones.
«El arte es sanador tanto para el que lo practica como para el observador/espectador. La sociedad necesita del arte como bien se ha demostrado durante los tiempos, provoca sensaciones, emociones, contrastes, diálogo. ¡Enriquece!». (Virginia del Arco. Pintora).

Hoy caminamos por los senderos del arte leonés de la mano de una pintora catalana, Virginia del Arco (Barcelona, 1961), y lo hacemos así porque desde hace ya ocho años se instaló en tierras de los Montes de León, en pleno corazón de Maragatería, para ejercer su arte influida por la luz, el paisaje y el sentir de estas tierras, que eligió para seguir avanzando en su vida artística tras la impresión que le causaron su paso por ellas realizando el Camino de Santiago. Unida al desarrollo del arte ya desde adolescente, cuando sentía la necesidad continua de expresarse a través del dibujo y el color, con los que sentía no solo la satisfacción de la expresión lograda sino una tremenda curiosidad por seguir avanzando técnicamente, Virginia es de esas personas que deciden «ponerse el mundo por montera» y abandonar un trabajo nada afín a su vocación artística para dedicarse a lo que más le gusta: la pintura; aunque reconoce lo difícil de vivir de ella, incluso de darse a conocer, en un mundo en el que la adquisición del arte está reservada a una minoría y en el que, en general, se muestra muy poco respeto por el valor de las obras de quienes se dedican a este maravilloso a la par que difícil mundo.

Pero el arte, la creación es, desde el punto de vista de esta pintora, una necesidad innata al ser humano que desde sus más ancestrales orígenes ha encontrado en el mismo la posibilidad de expresarse, de canalizar una energía creativa manifestada e interpretada en diferentes formas, a la par que una «herramienta vital para dejar constancia de épocas, personajes, costumbres, raíces, culturas…». También para Virginia el arte es fundamental. No concibe su vida sin él y cree en la práctica de la expresión creativa como una «ayuda a realizarse como persona». Y por ello está en continua búsqueda, investigando diversas técnicas y nuevos caminos. Arte y vida tienen para ella un mismo paralelismo; en su recorrido hay momentos de gran satisfacción por el trabajo realizado pero también se hacen presentes los momentos de angustia, de decepción cuando la dedicación y el esfuerzo empleados en lograr algo no dan los resultados esperados; momentos ambos que, no obstante, suponen siempre un aprendizaje. Y quizá sea por ese paralelismo entre vida y arte que ahora mismo haya aún muchos sectores (tal vez individuos) de la sociedad que siguen dando muy poca importancia «a que las mujeres se dediquen al arte» considerando que, en la mayoría de los casos, esto no es más que un hobby con el que ocupar sus ratos libres, creencia que conlleva un completo desmerecimiento del esfuerzo y la dedicación que el ejercicio artístico implica. Nada más lejos de la realidad y, aunque en sus etapas de estudio sobre el mundo de la pintura le ha resultado complicado encontrar nombres de auténticas maestras como Ancher, Morrisot, Modersohn, Cassat o Münter, está convencida de que la reivindicación social en la que hoy en día estamos inmersos ayudará a seguir poniendo de manifiesto el talento creativo de la mujer a lo largo de la Historia, su maestría, situando en nuestro imaginario modelos femeninos en justa correspondencia con lo que la sociedad debería ser, sin olvidar el «todo» del Arte donde todas las influencias, todos los creadores cuentan y aportan. En femenino y en masculino. Y así, entre sus influencias: los paisajes del Impresionismo, la rotundidad expresiva de los expresionistas alemanes o la contundencia del color del fauvistas; además de una variada nómina de artistas de todos los tiempos cuya obra retiene en su retina entre los que aparecen nombres como Velázquez, Mir, Van Gogh, Picasso o Kandinsky.

Virginia del Arco dice sentirse afortunada de experimentar la sorprendente vibración del arte, del que ha hecho su vida. Nos lo hace sentir cuando hablamos con ella y disfrutamos de su obra, mientras lo resume así: «Dibujar con el cuerpo, con un lápiz, pintar con pincel sobre un lienzo, sobre una cerámica, esculpir la piedra, dar volumen y texturas, modular el canto, escribir sobre una página en blanco, dar forma a las sensaciones, todo surge de la agitación de esa necesidad que vibra en el interior del ser humano. Ese palpitar que da vitalidad, aliciente y sentido a tu existencia buscando un orden y un equilibrio. Es el flotador de tus momentos de ahogo y ansiedad. Y pasión en momentos de gozo. Te transporta a la realidad de otro plano donde el sentido y el sonido se transforman; entras en un espacio singular, único, propio, con deseos de compartirlo». Esta es Virginia. No dejen de descubrirla.
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