30/01/2020
 Actualizado a 30/01/2020
Guardar
Este que dice que un cura tenía un sacristán muy pesado, hasta tal punto que se encaprichó del reloj del clérigo. Así, día a día, le daba la matraca. «Regáleme el reloj, señor cura, démelo». El pobre no tuvo más remedio que dárselo. Un día, estando confesando, se acercó una moza. «Ave María purísima. Sin pecado concebida, hija mía. ¿Qué pecados tienes que confesar? Pues mire, Padre, es que tengo un novio que no cesa de pedirme que me acueste con él para fornicar. No te dejes, hija, se fuerte y resiste». A las dos semanas volvió a confesarse: «Ave María purísima. Sin pecado concebida. ¿Qué me tienes que contar? Pues mire, Padre, que mi novio sigue erre que erre con lo de acostarnos. Ya no sé qué decirle. Resiste, hija, se fuerte». Al mes, otra vez en mismo cuento. El Páter, ya cansado, la pregunta: «Pero bueno, hija, ¿quién es el pesado? Pues el sacristán, señor cura, el sacristán. Pues date por jodida, hija, date por jodida».

Creo que lo mismo le sucede a nuestra sociedad. Está muy pesada desde hace tiempo. Tenemos cientos de ejemplos que dan por buena mi afirmación: desde los políticos que no cejan, pase lo que pase, hasta conseguir el escaño de sus entretelas, hasta los futbolistas que sólo se esfuerzan cuando se acerca un mundial o una Eurocopa, dándoles igual lo que digan o piensen los aficionados o los socios del club dónde juegan. Pero los que están rompiendo la pana son los intelectuales que tenemos que soportar, sobre todo cuándo se reconvierten en tertulianos en la radio y en la televisión. Son unos pesados y unos arrogantes que se creen que lo saben todo, que pueden opinar de todo y que todo lo que sale por su boca es palabra de Dios; los intelectuales son especialistas en todo y expertos en nada. No son, por desgracia, eruditos, ratas de biblioteca, amantes del estudio, dueños del trabajo científico y, mientras estos tienen conocimientos, los intelectuales solo tienen opiniones y les encanta publicarlas a la menos oportunidad; además, son narcisistas, (igual que los políticos), y se creen siempre los imprescindibles; ya sabéis: el niño en el bautizo, el novio en la boda y el muerto en el entierro. A los eruditos, por el contrario, sólo les mueve la pasión del conocimiento y no les importa no compartir este con los demás. Nunca veréis a uno de estos en una tertulia, sin la que no pueden pasar los otros. Si a esto le unimos que no son neutrales, (no opinan con imparcialidad sino con el sentimiento político que tienen), resulta que son más pesados que una vaca en brazos, que ya es decir... Uno ya se vacunó hace tiempo contra esta epidemia y desde que descubrí que Radio Clásica se escucha en mi pueblo mejor que en Madrid, (gracias a una antena que pusieron los de Radio Nacional por no aguantar al pesado de Javi ‘el escarolo’), vivo más tranquilo que un monje budista en su retiro del Himalaya. Os lo recomiendo encarecidamente: veréis con que tranquilidad os enfrentáis a la puta rutina. Entre los contertulios de los que os hablo y los mensajes que las ‘celebridades’ ponen Twitter, es un no parar. No me extraña nada que la gente tenga problemas de ansiedad, de colesterol y que padezca de vértigos. Si te haces caso de estos cantamañanas no tienes vida. No tenéis más que seguir los mensajes que cuelga el Presidente de los Estados Unidos, o los de Pérez Reverte, o los de Iglesias, para ver que el mundo está yéndose al garete. También contribuimos lo suyo los atrevidos que juntamos letras en los artículos de opinión de éste o de cualquier periódico. Es inquietante que unos tipos se sienten delante de su ordenador para escribir lo que les viene en gana, sin importarles si con lo que escriben hieren o molestan a alguno de vosotros, lectores. Son las inquinas de la libertad de expresión, por lo visto la única libertad importante que le queda al hombre. No importa que no sea libre para trabajar en lo que le gusta, ni tampoco que su libertad sea mínima a la hora de escoger cómo educa a sus hijos, ni que le quede la justa a la hora de elegir el médico o el hospital dónde se le restaure su salud. Estas cosas, para el sistema capitalista, son ‘pecata minuta’. Lo verdaderamente importante, lo guay, lo esencial, es que se pueda verbalizar todo el odio, todo el rencor, todo el asco que una siente hacia una persona. Eso es sagrado.

Mucha culpa de que esto suceda la tienen los intelectuales. Son ellos los primeros que, en sus libros, en sus ensayos, en sus colaboraciones en las tertulias, la destilan. Estamos más locos que una cabra y parece que a nadie le importe estarlo. Algo falla, algo chirría en nuestra sociedad y nadie quiere arreglarlo. Peor para nosotros. Al final, por lo visto, el único que consigue lo que quiere, es el sacristán.
Lo más leído