09/09/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Septiembre arranca de verdad hoy, en las próximas horas, pero no es bueno acostumbrarse a la tiranía del calendario. De poder hacerlo, sería necesario ignorar lo que marcan las agendas, ese lento descenso, por ejemplo, hacia el 23 de septiembre. Porque, en efecto, ha vuelto el suspense de la política, apurando el reloj, apurando el calendario. Ha vuelto el suspense ahora que todo depende de agotar los monólogos hasta la extenuación, esos monólogos que pasan falsamente por ser conversaciones. El gran teatro de septiembre está servido, con los personajes habituales, y con el mismo decorado de siempre. No es bueno caer en estas costumbres, porque la vida es otra cosa. La rutina que empieza hoy, o tal vez mañana, es salvadora porque nos aparta del poder mediático, de la gran propaganda, de la música anodina, de la necesidad de estar atendiendo cosas que son mucho menos importantes que nuestras vidas, mucho más irrelevantes que pasearnos a cuerpo.

Hay una imposición que viene de todo ese ruido, difícil de acallar. Lo que se lleva es el relato que no va a ninguna parte, que llena el horror al vacío, que cumple con su misión de alimentar tertulias. El bucle que lo envuelve todo. Es la política-no-política, como podría decir el famoso anuncio. Y, sin embargo, tampoco parece tan necesario alcanzar un final. Terminar la jugada, como dicen los entrenadores. A veces no es tan malo esperar y ver, ‘wait and see’, una de esas frases habituales de los teóricos de la política.

Como el vértigo nos acompaña, necesitamos que todo sea aquí y ahora. La gran aceleración del presente exige decisiones y también resultados. No son buenos momentos para la lentitud, que se confunde siempre con la vagancia. Lo que aflora en las imposibles conversaciones para formar gobierno es, sobre todo, la estrategia. Una estrategia que viene marcada por doblegar al otro, al que en teoría está llamado a ser tu socio, una estrategia que pretende hacerse con el sitio en la pintura, como se dice en baloncesto, con no perder la posición en la jugada clave. Y, ah, por supuesto, el gran desfile contemporáneo de los egos revueltos. Los liderazgos individuales que triunfan sobre el espíritu de equipo, la vuelta a la tarea del héroe. Es un asunto global, donde algunos asumen liderazgos kafkianos y llevan a sus votantes a la división y al enconamiento, como si todo lo que se hace desde el desacuerdo y el gesto desabrido debiera valorarse más que lo que se consigue con buenas palabras y mejores gestos. Algunos encuentran un extraño prestigio en aquello de sostenella y no enmendalla, también llamado cabezonería, ese prestigio absurdo del permanente escepticismo y de la desconfianza, siempre, siempre, frente a los otros. Aquello de exigir que se plieguen a lo de uno, pues qué hay mejor que lo propio, el placer de lograr la rendición del contrario, ya sea por asedio o por no hacer aprecio. El guión que aflora es cansino, aburrido, no hay líneas que atraigan al público, todo suena a frase hecha, producida en los laboratorios de los ‘spin doctors’.

Y, sin embargo, a esta representación debemos de asistir hasta finales de septiembre. En parte, agitada en las pantallas, transmitida en directo. Como en las comedias de enredo, siempre hay una frase más, un giro más de la sintaxis, una réplica extra. Todo es un culebrón, una crónica del desamor. Todo queda para después, salvo la vida, que sucede justo ahora mismo.

Nos acompañará este ruido de fondo al que quizás ya nos han acostumbrado, nos acompañará, aunque deseemos el silencio, al menos durante las próximas semanas. El año irá cayendo hasta la Navidad, en ese vértigo inventado e inútil, a través de ese relato que, como los de Sherezade, prefiere no encontrar resolución final, sino un perpetuo avance, quizás para evitar el dolor de las decisiones, quizás para que el suspense no termine jamás. La acción política está siendo reemplazada, cada vez más, por las palabras que hablan de política. Hay una preponderancia narrativa, pues lo que cuenta de verdad es contarlo, no tanto que suceda. La preocupación máxima es qué nos llega, que se nos dice, que construcción de la historia prevalece. Es también lo que sucede globalmente y el ‘brexit’ es un buen ejemplo. La narración, impuesta por Johnson y su representación tragicómica, tan shakespeareana, tapa por completo el drama de la separación, lo secuestra con equívocos y añagazas, y saca a la superficie el enredo pueril, el enfrentamiento brutal sobre las tablas de Westminster. Esta es hoy la esencia de la representación política, frente a la voluntad de la sociedad. Los guiones no hablan de la verdad, sino de la verdad conveniente y estratégica, y de aquella que puede convertirse en poder.

Pero mientras se agotan las fechas, todas las horas cuentan, la última mata, convendría recuperar el pulso de lo doméstico, dejar de avinagrar la vida con esta prevalencia del estrés, de la tensión, de la desconfianza, del miedo. Todo está en manos de nosotros, o debería estarlo, por mucho que hoy haya democracias en las que crecen los tics autoritarios, el lenguaje expresamente intimidatorio y arrogante, por mucho que, globalmente, se nos imponga continuamente un relato áspero, frustrante, poco proclive a la felicidad y mucho más al desencanto y a la negación de los otros. Creo que estamos cayendo en la trampa del espectáculo verbal y visual que entretiene, tal vez, pero que nos hace peores y más tristes. ¿Es fruto de la endeblez de la clase política? ¿Es fruto de la ausencia de altura de miras? ¿Es fruto de la grave confusión de este tiempo? ¿Habrá que volver a soñar con que se necesita siempre el gobierno de los mejores y más sabios? Pues los más sabios suelen ser también los más generosos, los que prefieren la concordia a la distancia.

Y ya puestos, quizás no sea tan necesario insistir en la urgencia de un gobierno. Al menos no uno que pueda nacer de un diálogo de hierro. Lo que sucede ahora nos ha pasado antes, y quizás nos suceda muchas más veces en el futuro, porque el panorama político es cada vez más fragmentario e impredecible. Ni siquiera las encuestas que hablan de unas futuras elecciones están de acuerdo en qué podría ocurrir. Gobernar es mucho más que producir leyes o normas, en contra de lo que algunos creen. Es crear una atmósfera para el desarrollo, un terreno fértil para la modernidad y para la felicidad de los ciudadanos. Lo prioritario sería desterrar la tensión, este aire viciado que nos acompaña, este auge de lo dramático, de lo agónico, esa pasión por el morbo y por el ruido.
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