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El ritmo de los ríos

18/03/2023
 Actualizado a 18/03/2023
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Su voz se oye desde todos los rincones y se mezcla con la de los árboles frutales, cuando tienen hojas y no están mudos de invierno. Es una voz que también entra en la casa, nada más que se abre una ventana. Nunca he entendido el lenguaje del río, pero él habla y yo escucho.

El río pasa junto al terreno en el que está la casa del pueblo, la que levantó mi abuelo, y a veces crece y entra dentro de la finca. En ese río mi abuelo pescaba truchas irisadas que mi madre freía, una vez limpias, con una tira de jamón. Jamás me bañé en ese río junto al que he crecido, el Bernesga, porque por el pueblo pasaba vivo y turbulento y la recogida de las aguas sucias todavía no se hacía como debía. Mi padre sí porque en verano los niños buscaban las pozas y braceaban como perrillos. Nosotras, mi hermana y yo, íbamos a la piscina.

Hay pocos días en los que la vida tenga el ritmo de los ríos, como escribía Machado en un poema con ondas que pasan y olitas temblorosas que fluyen y se alcanzan. El paso de los días, eso sí, tiene ese fluir hacia el final inevitable.

Y me río de lo antes escrito cuando leo a Ramón J. Soria Breña, que dice que para los escritores españoles de ayer y de hoy, salvo excepciones, los ríos son un brochazo bonito, lugar de baño o manida metáfora del ciclo de la vida. Así que he venido por senderos muy pisados. No es su caso, digo el de Soria Breña, porque en su ‘España no es país para ríos. Viaje por las aguas que una vez amamos’, los ríos son mucho más que paisaje y los escribe con conocimiento de causa y con causas por conocimiento. No voy a decir, tampoco él, que conozca los treinta y cinco mil ríos que tiene este país, pero desde luego son muchísimos en los que ha nadado, pescado y profundizado.

Escribe Soria Breña de cambio climático y ríos embalsados y presas y azudes y energía hidroeléctrica y sobre la vida de los peces y la nuestra. Y mientras toma notas a la sombra de un chopo a la orilla del Curueño, recuerda la dureza de algunas ideas que persisten. Las condensa en una frase de Benet, el escritor-ingeniero: «Al río hay que dominarlo y si no se deja, hay que darle para que entienda quién es el amo».
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