12/07/2015
 Actualizado a 18/09/2019
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De mi infancia temprana me ha quedado el recuerdo imborrable de las tardes de baño pasadas con mis hermanos en el Esla y que mis padres vigilaban desde la orilla. Es una evocación a la que me aferro con energía para que no se desdibujen ni los rostros de quienes ya no están ni un paisaje que ya no existe. A aquel soto de chopos y sauces de Burón, que solo se hace realidad en mi imaginación, le sucedieron otras paleras y otras choperas porque los veranos de mi juventud transcurrieron en un pueblo junto al Torío donde a las tardes de baño se le añadieron las mañanas, largas y lentas, de libro. El río fue una escuela sin la que hoy no me imagino a mí misma. Allí aprendí a cortar el agua con pequeñas piedras planas escogidas entre los cantos, supe lo que eran las gusarapas, cogí renacuajos y perseguí el baile de los zapateros. Ayudé a poner reteles para los cangrejos (entonces todavía los había en abundancia) y recorrí el río aprendiendo a pescar truchas, naturalmente a mano, aunque no resulté muy hábil en el intento. Contemplé cómo hacían las torgas para las presas y aprendí a cruzar el agua saltando sobre las piedras o guardando el equilibrio sobre un palo instalado a modo de puente. También a calcular la profundidad de un pozo por el ruido que hace una piedra cuando la tiras en él. Pude pulsar cómo el río cambia de la mañana a la noche paulatinamente hasta adquirir ese olor cenagoso que no he olvidado y reconoceré, creo, siempre. A la orilla del río durante el verano descubrí el placer del dolce farniente, de la amistad, de las largas conversaciones sobre lo divino y lo humano en las que las utopías siempre tenían cabida, y de la contemplación de las truchas y los barbos cebándose en la quietud del atardecer que solo rompían sus propios saltos y el croar de las ranas. Mis tardes de verano transcurren, desde hace mucho tiempo, leyendo y vigilando, cada vez con menos atención, el baño de los niños en el agua de la piscina de mi casa. Pero este año ha surgido la sorpresa: mi hijo Juan pide permiso todas las tardes para ir ¡al río! Tal vez haya cosas que no cambien nunca.
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