30/03/2015
 Actualizado a 13/09/2019
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El mandil de ringorrango, yo te lo compraré, mona; en la feria de Riaño, peseta menos perrona. A tu mandil le pondré un ringorrango, que retumbe el agua y la arena. Qué triste se despide llorando la mi morena». ¡Cuántas veces, los leoneses hemos cantado y escuchado estas canciones! Pero a este cronista jamás se le había ocurrido recurrir al diccionario (de María Moliner) para ver su significado, hasta que el 26.3.15, el gran Fulgencio lo sacó a lucir en su grandiosa última página de La Nueva Crónica.

Dice MM que ringorrango es: «un adorno exagerado y de mal gusto en cualquier cosa», todo lo contrario de lo que sugiere el cantar, y de lo que mantenemos en la memoria los leoneses de la ruralidad, acostumbrados a interpretar el ringorrango como un adorno capaz de ensalzar la belleza desde una voz hasta un mandil. Sin embargo, nos proporciona una clave sustancial: «Sonido producido por la pluma sobre el papel». ¡Qué maravilla! Un placer a extinguir, como el dinero y el peatón, que diría el gran Angelillo de Cármenes.

Pero nos queda la parte negativa del palabro: «Trazo de adorno inútil o exagerado en la escritura». Y en la palabra, diría yo. Y no puede menos de venirnos a mientes el episodio de Quevedo visitando el Palacio de Oñate, y admirado ante un cuadro en el que se representa a San Jerónimo, azotado por ángeles. Se acerca y lee lo siguiente. «Porque a Cicerón leía / buenos azotes le dan / los ángeles a porfía». Y, Quevedo, que tenía ojeriza a un escritorzuelo, discípulo de Lope, Juan Pérez de Montalván, comenta: «¡Cuerpo de Dios! Qué sería / si leyera a Montalván».

Por eso, en esto como en casi todo, hemos de trasladar el escenario del ringorrango a la actualidad y situarlo en los discursos de los políticos que concurren a unas elecciones y echan por esas bocas sus soflamas a la comunidad. La sarta de florituras que se han oído en estas fechas con ocasión de las elecciones andaluzas raya lo insondable. Entre el cuidado por constatar que el hablante se dirige a «los hombres y las mujeres, andaluces y andaluzas, ciudadanos y ciudadanas» (¿Por qué no: votantes y votantas?) y procurar que el discurso resulte siempre políticamente correcto, no conseguirá nadie sacar en claro algo distinto a la vulgaridad. El gran Francisco Umbral lo solucionaba fácilmente dirigiéndose siempre al «personal». 

Por eso el discurso del gran Fulgencio Fernández, el pasado 15 de marzo, en la Casa de León de Barcelona, plagado de ringorrangos, fue un éxito total. Por eso, y porque no buscaba el voto del personal.
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