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El remanso de la vaca

27/05/2023
 Actualizado a 27/05/2023
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Jornada para recuperarse de estos días de consignas, programas y promesas. Paz y sosiego primaverales que nos permiten una pose reflexiva para el tiempo de gracia que hoy nos conceden con el fin de permanecer absortos en meditativa cordura.

Soñando puerilmente unos, recontando y rebañando manoseados censos electorales otros, algunos orando profanamente para perpetuar privilegios para sus predios y los más caminando tranquilos por veredas, calles y avenidas con la placidez que hacía días el ojo no disfrutaba, reposando ahora en el paisaje verde, y que el oído no paladeaba, deleitándose en el trino de los pájaros que ahora le sanan, libre de rodantes altavoces atronadores.

¡Qué hermoso es creerse libre! Sentirse pacífico y despreocupado como la bovina aquella de la Topolino Orquesta. Y hablando de vacas, interesante el símil que refiriéndose a ellas utiliza el escritor José Luis Sampedro en su ensayo ‘Escribir es vivir’. Primeramente, Sampedro hace una descripción de la pose de la rumiante: «…ustedes imaginen la vaca en un prado, tan tranquila, detrás de una cerca mirando la carretera… los ojos de las vacas son asombrosos, son grandes, tremendos, son protuberantes, casi esféricos, se salen casi de las órbitas… son sensacionales… y además ellas tiene cuatro estómagos… para disfrutar mejor de la comida», a continuación el escritor asegura que precisamente la tarea de un observador de la realidad que escribe es semejante a la de una vaca que «rumia lo que se ha tragado observando» transformándolo en materia hecha de palabras interiorizadas «transforma lo que ve, lo que toca, lo que piensa, lo que imagina, lo que ocurrió y no ocurrió pero que hubiera querido que ocurriera». Sueños vacunos.

Va a tener razón Sampedro en esa similitud; la vaca, siempre atisbando a su alrededor, con esa parsimonia atenta del que observa el mundo circundante, sin nada que ganar y tampoco que perder. Imaginándose la escena surge la envidia ante el status privilegiado de la vaca, ojos gran angular, parsimonia inatacable, estómago a prueba de falacias, y lo que no, lo expulsa donde le place, que para eso es irracional y a nadie toca rendir cuentas.

Y cuando se harta de la presencia inoportuna de alguna mosca cojonera siempre le queda el recurso, como también cantaban los de la Topolino, de matarlas con el rabo, que al fin y al cabo, mosca más mosca menos, no desconfigura el campo.

Bueno, pues reflexionando les dejo, háganme caso y no le den muchas vueltas, mejor disfruten del día, sea o no apacible, y tómense una buena taza de leche merengada. Nada mejor para un rato de remanso.
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