El relato, la palabra como Aleph

Christ Halff revelará a Jean Louis el significado del relato de la ampolla de cristal

Rubén G. Robles
03/09/2020
 Actualizado a 03/09/2020
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Después de todas las semanas conociendo a Christ a través del relato de otras personas, Jean Louis quería asistir a la confesión que él esperaba se produciría. Tenía toda la noche para que el compositor le revelara las claves para completar las bóvedas del edificio de aquella historia. Así que decidió dejarse llevar de nuevo por un incierto recorrido intelectual a cambio de llegar donde él pensaba que llegaría, el final de este viaje iniciático que le proporcionaría el conocimiento, el árbol sefirótico, la corona de ideas, el keter y la verdad.

Los hombres que protegían al señor Halff se levantaron y desaparecieron. Era medianoche. Había llegado la ciudad a aquella hora de manera imperceptible y sin detenerse.
–Señor Halff, yo he cumplido con todos sus preliminares. Ahora cumpla con su palabra y entrégueme las piezas que me faltan de la historia.
–Uno vale tanto como lo que vale su palabra. Usted ha cumplido con la suya, es cierto. Intentaré hacer lo mismo.

Jean Louis no ocultaba sus emociones y se mostraba nervioso e inquieto.
–Enrique Gil y Carrasco, masón, como lo era el gobierno español de la época, fue el encargado de llevar aquel relato de la ampolla de cristal, a Prusia, porque la ampolla de cristal, aquel recipiente de vidrio nunca existió, era el relato, aquel relato que escribiera, la advertencia de que el mundo era como un recipiente de vidrio, un objeto perfecto y frágil en cuyo interior se aloja el aleph, el primer sefirot, la palabra, la semilla de su destrucción, de su rotura. Su deber, señor Lecomte, es mantener ese relato, preservar la ampolla de vidrio, escribir para advertir de ese peligro, de esa amenaza, la rotura de la ampolla de cristal que libera al ser destructivo que contiene en su interior. Y desde el compromiso y la honestidad promover como palabra secreta el amor.

Jean Louis parecía desconcertado
–¿Y el resto de los objetos, los vasos de ónix, la corona de hierro, el libro del Zohar?
–El libro del Zohar sirvió de inspiración, la cábala sefirótica fue el método que utilizó nuestro escritor para encriptar el mensaje que yo le he dado, preservar la fragilidad del recipiente de su propia destrucción, preservar la ampolla de vidrio, el mundo, tal y como lo conocemos. Advertía de la fragilidad, de la necesidad de trabajar para su sostenimiento y continuidad. Los vasos de ónix y la corona de hierro sirvieron para ocultar la relevancia del relato del escritor. Esa narración de su escritor que advierte… eso era lo importante, el relato y su significado. La ampolla nunca existió, era la imagen, la metáfora que daba sentido a todo.
–Sí, pero… ¿el vaso de ónix, la corona de hierro? ¿Fueron reales, existieron?
–Sí, por supuesto y fueron enviados junto a los otros dos objetos, el relato y el libro de Mosé Sem Tob, el Zohar, no lo olvide, el libro del resplandor concentraba toda la sabiduría de la mística talmúdica y sirvió a la expresión de la idea de que en el vórtice del árbol sefirótico, en el punto más elevado de la escala de sefirots, se alza el keter, la corona de ideas que sobrevuela a todo ser humano, las ideas y valores que le llevan y él lleva, la corona que pone en marcha sus acciones, el motor de todo cuanto hace. Esa corona, señor Lecomte, ese keter, esa corona de ideas, al compartirse a través de la escritura, a través de la narración, se convierte en agua de vida, líquido que como la palabra de Dios de la mística talmúdica, crea la vida a través del verbo.

Jean Louis comprendió la trascendencia de la imagen que le estaba trazando el compositor.
–Ahí tiene el porqué del envío de la corona de hierro y de los vasos de ónix. El hombre capaz de llevar el keter, su corona de ideas y transmitirla a través de la escritura, será capaz de crear el líquido de la vida que habrá de beber la humanidad como si fuera a través de las copas de ónix, manteniendo el recipiente de vidrio del mundo en su estado perfecto y original.
–¿Y usted?
–¿Yo? –dijo el compositor.
–Sí, usted señor Halff.

Jean Louis sabía que había llegado el momento de lanzarle la pregunta al compositor. El vino había arrojado al profesor al vacío del atrevimiento.

Dejó que pasaran unos segundos.
–He sido como Enrique Gil y Carrasco. He sido fiel a su propósito al entregarle el relato a usted y darle continuidad. He advertido sobre la fragilidad del mundo, la ampolla de cristal, en cuyo interior reside la palabra secreta, el aleph, el sefirot original y que usted cambiará de odio a amor.
–Usted ha trabajado para la destrucción del mundo.
-He servido a todos los intereses, a unos mejor...
–Sirviéndose a usted mismo el primero –le dijo Jean Louis.
–Sí, es cierto y a mi pueblo, con quien tengo un compromiso.
–Creía que su compromiso era única y exclusivamente consigo mismo.

Christ se mantuvo en silencio y le miró a los ojos.
-Se equivoca señor Lecomte. Yo he sido como Enrique Gil y Carrasco, soy quien ha escrito un relato del mundo que fuera creíble y que advirtiera sobre la fragilidad del mundo -insistió.
–Ya veo –respondió el profesor.
–A pesar de las reticencias del principio usted vio algo en la construcción de este relato que le hizo continuar hacia delante, atravesando las esferas, ascendiendo los peldaños, los sefirots del árbol sefirótico, atravesando las esferas de la cábala, porque su palabra secreta es honestidad y compromiso. Por eso se mantuvo hasta el final.
–Aún no tengo todos los elementos… la imagen completa –dijo el profesor.
–Pregunte, ¿qué quiere saber?
Hizo una pausa y acercó la copa de vino a los labios.
–Al principio me resultó un relato lleno de saltos e incongruencias, pero he de admitir que poco a poco fue resultando una historia diseñada para que cobrara sentido en mí, es decir, pude ver que había sido escrita para mí. Todas las partes, todos aquellos personajes que iban apareciendo…
–Todos, al contarle una parte de la historia, eran un sefirot, una esfera que tenía que atravesar, un peldaño hacia el conocimiento, hacia la sabiduría, hacia la corona de Heinrich, señor Lecomte.
–Fue Marie quien me hizo comprender que todas las personas que me ofrecían una parte del relato, estaban haciéndolo para mí. Aquel cúmulo de historias había sido diseñado para que obtuvieran sentido solo a través de mí.
–Así es, cada uno, Margalit, Cinthia, Marie, Hermann, Hassnain…
–Pero descubrí que aquel conjunto de relatos tenían solo un autor en su interior, albergaba un ser único, como aquel recipiente de cristal del que hablaba el relato de Enrique Gil. Y ese ser terrible era usted, señor Halff, usted puso en marcha el holocausto.

Sin duda, el vino había tenido unos efectos perniciosos sobre la mente y el valor de Jean Louis para enfrentarse con aquel hombre de aspecto disminuido.
–Sí –admitió Christ-, yo construí en parte los relatos que pusieron en marcha algunos hechos -afirmó categórico el compositor alemán-. Pero no, señor Lecomte, yo no soy responsable del holocausto, de toda aquella desgracia de la que usted me hace responsable. Tiene ya los elementos necesarios para ir más allá, para tocar el corazón de la verdad. Usted tiene ya su keter, su corona, que habrá de utilizar para escribir, para convertir su escritura en ese líquido primordial que ayude a los demás a comprender el mundo, comparta su aleph, su palabra secreta.
–No, pero usted es el ser terrible que hay dentro de la ampolla, usted es quien promovió la destrucción del mundo, no su continuidad.
-No piense que yo colaboré en la maquinaria de destrucción de mi pueblo. Usted es la reencarnación de los valores de su escritor debe ver más allá de lo aparente -el compositor se detuvo, no quiso continuar.


En la entrega de mañana junto a la Catedral deLeón Christ desvelará a Jean Louis la idea de fin del mundo como regresión al primer serifot
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