07/12/2019
 Actualizado a 07/12/2019
Guardar
Me encantaría poder escribir hoy esta columna reflexionando sobre la calidad de la narrativa breve contemporánea, pero la realidad manda más que la ficción, aunque a veces, sin ellas quererlo, se sientan conectadas.

Vivimos en una sociedad en la que lo primordial no es lo que sucede en sí mismo sino cómo nos lo cuentan. Lo esencial es saber argumentar nuestras decisiones para dotarlas de una verosimilitud inventada capaz de convencernos de lo imposible. Sólo una búsqueda infatigable de la verdad, un espíritu crítico insaciable y una voluntad férrea en la defensa de nuestra libertad pueden salvarnos del vértigo que supone enfrentarse cada día a un huracán de noticias capaz de vencer cualquier barrera que no obedezca a los intereses del actual status quo.

Es posible que esta Navidad cenen en sus casas quienes decidieron tomar por asalto nuestra recién conmemorada y amenazada Constitución y no le demos mayor importancia. ¿La tiene? ¿Puede un representante político atentar contra la Carta Magna y salir indemne del ataque? Si conviene al equilibrista sí. ¿Y podemos normalizar esta situación para que la ciudadanía lo acepte como un procedimiento regular? Por supuesto. Siempre y cuando esté bien argumentado no pasa nada.

¿Puede estar el Gobierno en manos de un partido a quien la idea de España le importa un pimiento? Sí. Lo veremos en los próximos días, en cuanto la investidura del hombre del trapecio esté cerca. Podemos verlo y no creerlo. Podemos buscar motivos y razones que justifiquen el terrible hecho de que la izquierda predique la igualdad de todos ante la ley en derechos y obligaciones y podemos taparnos los ojos y repetirnos una y otra vez que esta era la única salida posible. Podemos creer eso o podemos escuchar a quienes nos precedieron allá por el 78 y concluir que hay quien prefiere humillar a su país antes que humillarse a sí mismo. La cuestión es el relato que queramos regalar a nuestros oídos.
Lo más leído