31/08/2019
 Actualizado a 18/09/2019
Guardar
El sol se va escondiendo, sus rayos son más tenues. Es como si a medida que agosto avanzase imparable en el calendario, alimentándonos con su plenitud, el tiempo se escapase ante nuestros ojos como un hilo dorado. Huele a septiembre. Y septiembre es siempre un regreso. Es un constante deshacer de maletas, un archivador de momentos felices, de tardes sobre la arena o tendidos en la hierba, un baúl donde se van acomodando pies mojados, toallas, bañadores, juegos de cartas, ruidos de canicas, la sonrisa del amigo extranjero. Septiembre es un abrir ventanas a la vida de siempre. La despensa vuelve a llenarse, despiertan los estuches, las mochilas, el bono del metro, los trayectos en coche al trabajo, la larga caminata hasta el colegio.

Al menos, los más afortunados podrán decir que han descansado, que han llenado su memoria ram de grandes instantes. Y, sin embargo, se acaba lo bueno. Otra vez estaremos llamados a madrugar, a cumplir jornadas laborales, acudir a comidas familiares, abrazar las rutinas.

Hay quienes aman las rutinas. Otros las detestamos. Nos cuesta entender que la vida deba ser por norma un taxi programado. Claro que siempre queda otra opción, rebelarse. (¿Es eso cierto?) Escaparse cuando ya nadie lo hace, cuando resulta improcedente, cuando el orden conspira contra ti. Eso sí, por mucho que uno intente prolongar la dolce vita, en algún momento hay que aterrizar. La vida es un pasaje con obligaciones.

Les deseo a todos un feliz reencuentro con los horarios. Sin duda, los ciudadanos de a pie nos ganamos el descanso disfrutado y no nos queda otro remedio que retomar las riendas tarde o temprano. No somos como esos políticos y diputados de nóminas abultadas que cobran sí o sí por no hacer nada. No dialogan, no pactan, no gobiernan, no se oponen. Viven en otra dimensión. Quién fuese alcalde, procurador o concejal para empezar el curso subiéndose el sueldo.
Lo más leído