El Ratoncito Pérez

19/08/2016
 Actualizado a 07/09/2019
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Hoy pasó por casa una ilustre visita, el Ratoncito Pérez. Vino a recoger dos enormes incisivos centrales, en mi tiempo llamados paletos, que se negaban a moverse de su acomodado puesto en la boca del infante de la casa. La valentía del pequeño quedó demostrada con creces, afrontando con tranquilidad y orden la batalla frente al enemigo de bata blanca y alicates, que en este caso sustituían al hilo y la puerta. La anestesia no fue necesaria a pesar de la terquedad de los dientes, empeñados en no caer por si solos. Por suerte en la lucha no estaba solo, fueron muchos los sabios consejos de su hermano mayor, acostumbrado a este tipo de guerras, que lo empujaron a la victoria. Además, en lo alto de la colina, con una vista privilegiada, el general de todos los ejércitos, su madre, vela por el bienestar de sus tropas.

Como no, la victoria fue celebrada al estilo tradicional, chocolate con cruasán, propinas de abuelas, y el consabido presente debajo de la almohada del Ratoncito Pérez.

Asumiendo la finalidad consumista de muchas de estas tradiciones, la del Ratoncito Pérez, asentada en toda Hispanoamérica y comparable al Hada de los Dientes de los países germanos, se disfruta de una manera distinta, en primer lugar por la ilusión de los protagonistas, que piensan que por tener un diente de menos se acercan más al mundo de los mayores y en segundo lugar, porque podemos disfrutarla sin injerencias anglosajonas, tal y como la conocimos los que ya no nos quedan dientes de leche. En estos tiempos en los que Los Tres Reyes Magos están perdiendo la batalla con el gordo del norte, nuestro día de difuntos ha quedado en noche Halloween y donde no es extraño ver celebraciones del día de San Patricio o miradas envidiosas al día de acción de gracias americano, desintoxicarnos con el disfrute de tradiciones con ese poso antiguo capaz de asentar nuestra identidad, es una necesidad.

Los padres de hoy, somos el último exponente de una época analógica, y el puente que da paso a una generación de ceros y unos, una generación digital, geolocalizada las 24 horas del día y superinformada con un golpe de teclado. La parte analógica de esta ecuación, haríamos bien en valorar las tradiciones sin menospreciarlas, tal como las aprendimos y las disfrutamos, para así poder traspasar a la siguiente hornada la herencia cultural recibida. Solo se es niño una vez en la vida y la imagen de un pequeño desdentado recién levantado, apartando su almohada para recoger su regalo, es suficiente justificación para ello.
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