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El que venga detrás

17/03/2019
 Actualizado a 07/09/2019
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Convencido estoy de que mucho de lo que escribo hoy será visto como una impertinencia, qué digo, una muestra de fanatismo machista, por un sector de los lectores. Pero... Un dato: en España estamos a la cola, sólo está detrás Malta, en cuanto al índice de procreación: un 1,3 hijos/mujer en edad fértil. Es evidente que así no garantizamos el relevo en la pirámide poblacional. Nos estamos quedando sin niños. La media de edad es cada vez más alta. Iremos disminuyendo en número. Y a largo plazo nos iremos extinguiendo. Cierto que podrá invertirse esta curva descendente por motivos imprevisibles, como podrá ser el incremento de la emigración y con ella un aumento de la tasa de natalidad. O, en una hipótesis que se me antoja impensable, que, por los motivos que fuera, quién sabe si también de índole moral, la cultura ambiental impregnara las conciencias con la idea de que la paternidad-maternidad es un bien apetecible.

No me parece a mí que los ‘millennials’ o ‘generación Y’ estén, hoy por hoy, por la labor. Y conste que no ha sido muy feliz la frase hecha de «estar por la labor», ya que, por este camino y dado que el lenguaje no es inocente, acabamos imperceptiblemente apuntándonos a los criterios epatantes de la inefable señora francesa Corinne Maier (¡tremendo su exitoso libro ‘No kid: 40 buenas razones para no tener hijos’, editado aquí ya hace más de diez años!), que afirmó recientemente en una cadena de televisión brasileña, entre otras lindezas, que «ya es hora de dejar de vender que los bebés son sinónimos de felicidad. Criar un hijo nos produce un 1 % de felicidad y un 99 % de preocupaciones». Francamente esta apreciación cala y tanto que a esta señora ya la llaman «la heroína de la contracultura». Y cala especialmente porque se siembra en un labrantío en el que el máximo valor es el disfrute. Todo lo que nos complique la vida y no nos deje ser libres para llevar a cabo lo que nos pida el cuerpo, será malo. Y nadie se apunta al mal, al sufrimiento, a la infelicidad, salvo anomalía psíquica. La conclusión, con estas premisas, es evidente. Si a ello añadimos los planteamientos antinatalistas del joven indio que denuncia a sus padres por haberlo traído al mundo sin su consentimiento y hasta el espeluznante infanticidio de Godella de hace tres días, ya tenemos soportes más que suficientes para entender, como dice la francesa, que la única esperanza del mundo actual es la ‘desnatalidad’. El horizonte al que se apunta está bien claro: el que venga detrás… que arree. Pues no.
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