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El que tira por la pata

28/09/2020
 Actualizado a 28/09/2020
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«Lo mismo peca el que mata que el que tira por la pata», dice el refrán. Y a la ya larga lista de paisanos leoneses que tiraron de la pata para matar al león, encabezada en los tiempos modernos por aquel que nos metió en la autonomía con Castilla, habría que añadir al actual Consejero de Fomento y Medio ambiente de la Junta, en el caso de que de su consentimiento a la instalación de los molinos de viento generadores de electricidad en nuestra montaña central. Se trata de la última amenaza contra nuestro, en auge, turismo de naturaleza, y un verdadero atentado medioambiental.

Por de pronto, declara el Sr. Juez, que tal es su profesión: «En principio me parecen bien los cinco proyectos que tres empresas, y por un importe de 150 millones, presentan para construir parques eólicos en nuestra montaña». Y añade que «cualquier actividad que conlleve inversión y empleo en el medio rural es bienvenida en la Junta». ¿Cualquiera? Sr. Juez. ¿Y, por otra parte, está seguro de que creará empleo en el medio rural? Si sí fuera, se sabría, pues existen instalaciones similares y no ha resultado así.

«Es lo que pide Europa para luchar contra el cambio climático», añade. ¿También pide Europa hacerlo mal, destruyendo zonas declaradas reserva de la biosfera? Es posible que los árboles no le dejen ver el bosque. Pero lo hay. Y de gran valor. Y único y singular.

Mala suerte que hayan de ser leoneses quienes atenten contra nuestra (y suya) tierra. Los que no levantan la voz cuando se desmantelan industrias que se van a otras zonas de la misma comunidad. Pero, aquí no hay tío páseme el río. Aquí cada uno de nosotros tenemos que salir a defender lo que va quedando. Y remacha: «Tendrán que cumplir con la legalidad». Solo faltaba, Sr. Juez… Pero legalidad no es siempre justicia. Y no digamos ya, conciencia, o moralidad.

Cuando el ‘gocho’ era sacrificado en familia, allá por Navidad, uno le clavaba el cuchillo en el corazón, mientras los demás sujetaban sus patas para que se desangrase lentamente en el caldero que la mujer removía para que no se cuajase y pudiese, con cebolla picada, convertida en morcilla, alimentar al personal. Todos se convertían en verdugos como colaboradores necesarios. Pero en aquel caso no se trataba de un crimen, sino de un ritual. Una muerte que daba vida. Un árbol que caía para calentar. En el caso que nos ocupa, tan solo se le puede contemplar como un negocio que alguien propone para enriquecerse aún más. A costa de León. De nuestro León.
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