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El PSF, mal; el PSOE, aún puede ir a peor

29/04/2017
 Actualizado a 14/09/2019
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El 29 de enero pasado, en las primarias para nominar al candidato socialista, en aras a concurrir a la presidencia de la república vecina, más de un millón de franceses (militantes y simpatizantes) eligieron, con vítores, al radical Benoît Hamon y dejaron en la cuneta al primer ministro, de origen español, el moderado Manuel Valls. ‘Giro a la izquierda’, titulaban entonces los periódicos; en realidad, era un giro a la nada, como ya se aventuró en el primer momento (tan solo el 6 por ciento de los votantes confiaron el pasado domingo en este candidato, azote de la acción de gobierno del presidente, su compañero de partido Hollande). Muchos votantes socialistas, conscientes de lo que su nación se jugaba, no otra cosa que contar para la segunda vuelta con Marine Le Pen y el conservador François Fillon, optaron por apoyar a Emmanuel Macron (‘desenganchado’ del importante papel desempeñado, con anterioridad, en el partido socialista francés); otros votos de esta tendencia política los recibió la candidatura del ascendiente murciano, y también con pasado afín, Mélenchon. Solo aquellos inconscientes, o taimados, de lo que supone Francia para Europa, pueden no celebrar el que un europeísta, al que se le presume, al menos, una sensibilidad social, heredada, vaya a resultar elegido presidente de Francia (salvo que suceda un acontecimiento catastrófico) en la segunda vuelta; y no Le Pen y todo lo que ella representa.

Posiblemente, en las elecciones legislativas francesas, ya en junio, Macron y su nuevo partido tendrán que convivir, bien con los conservadores o con los socialistas, pues una organización política no se implanta en un territorio ni encuentra líderes competentes de la noche a la mañana. Dependerá de la capacidad ‘de arrastre’ del nuevo candidato que represente al partido socialista francés, si ha aprendido la lección emanada de las urnas (que no es otra que el difícil equilibrio de diferenciarse y tender puentes hacia el nuevo presidente), para que el resultado final sea un remonte sustancial de ese seis por ciento, o tan solo se eleve unos pocos puntos. En España, en la actualidad, después de dos elecciones generales, casi inmediatas, la tesitura por la que atraviesa el PSOE guarda relación y mantiene diferencias con su vecino del norte; ambos, y otros partidos hermanos de Europa, por otra parte, padecen la dificultad de mantener y elaborar un discurso adecuado o ‘resistente’ ante los nuevos tiempos, en el espacio ideológico socialdemócrata.

El socialismo español está inmerso en un proceso de primarias, con tres aspirantes, dos recientes fracasos electorales, cada cual peor, abanderados por uno de ellos, desbancado de la secretaría general para evitar un congreso repentino, con treta de reelección y unos terceros comicios (hubiera sido ya ‘la repanocha’); pretendían con tal apartamiento, asimismo, no sumir a la nación en un agónico y nuevo proceso electoral, o bien librarla de una coalición en la que habría de ‘dar juego’ no solo a la agrupación de los morados, sino a secesionistas, entre ellos algunos con cambio de nombre pero no libres de corrupción, y deseosos de un gobierno nacional a la deriva. No es una cuestión de diferencia ideológica, fundamental, lo que está en juego entre estos tres aspirantes, pero sí de estrategia futura política y hasta de preservación o no de los principios históricos en los que se fundamenta el socialismo español y su idea histórica de nación: solidaria, unida, y de ciudadanos libres e iguales.

En el caso de Pedro Sánchez no es un asunto de radicalismo lo que ‘se cuece’, ni de mantenimiento de esencias, lo que prevalece es su deseo, de resarcimiento y ambición personal, más allá de la coherencia ideológica y del interés de su propio partido. Así, tan pronto muestra simpatía por Ciudadanos, como siente pasión por la agrupación morada (a la que ruboroso aduló en un programa televisivo nacional), o nos dice que España es una nación de naciones (arde uno en deseos de saber cuál es, para él, la nuestra, con qué límites y si antes o después de la reina Urraca I de León o de las Navas de Tolosa). Con todo el tiempo libre, se pasea por las tierras de España, con unas habilidades que más parecieran las de un político opositor que las de uno que comparte mesa y mantel en la misma casa; socorriéndose de mensajes simples, desprovistos de reflexión (¿a qué llamará él izquierdas?, y además del ‘nonó’, sin vaguedades, ¿cuál habría sido o pretende sea el ‘sisí’?).

Cuenta Pedro Sánchez, no quiere decir que por petición propia, con la sibilina estrategia diaria de Iglesias Turrión, que para ciscar (aquí decimos «enciscar»), surte dos meandros y un único cauce final: si gana Pedro Sánchez, bien, porque en caso de haber pacto es una pieza fácil para engullir, como el actual convidado de piedra, Garzón; bien también en el supuesto de que no le permitan pactar porque quedaría el PSOE hecho trizas. Iglesias Turrión, además de ese trajín teatrero que se trae, sabe que su subsistencia, relevante, futura depende del hundimiento y complicidad del PSOE, y Pedro Sánchez es la pieza que más le conviene alimentar.

Confundir los vítores con los votos suele dejar después la boca colectiva muda y seca. Si el radical, y voluntariamente retirado, Hamon, ha agudizado la crisis y decaimiento del socialismo francés, el español, con Pedro Sánchez, un líder, por sí mismo, sin variopintas muletas electoralmente amortizado, aún podría ir a peor.
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