El problema de lo Salvaje

El viajero continúa buscando los últimos lugares salvajes del planeta. Quiere ver y acariciar todo lo salvaje y contribuir con sus narraciones a su conservación.

Alfonso Fernández Manso (Texto y fotografía) / Óscar Fernández Manso (Cartografía)
13/08/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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Nuestro viaje por el ‘Salvaje Oeste’ continúa. Hemos abandonado California y nos hemos adentrado en el estado de Washington. El viajero se detendrá en el Parque Nacional del Monte Rainier (Mount Rainier National Park), que se encuentra a menos de doscientos kilómetros de Seattle. El Parque, a pesar de su proximidad a esta gran ciudad, conserva todos los atributos de lo salvaje. De nuevo nos sumergiremos en el maravilloso mundo de montaña, pasearemos por extensos bosques de árboles gigantes y longevos, nos revolcaremos por praderas de deslumbrantes flores silvestres, contemplaremos grandiosos glaciares. El viajero continúa buscando los últimos lugares salvajes del planeta. Quiere ver y acariciar todo lo salvaje y contribuir con sus narraciones a su conservación. Decía el selvicultor, ecólogo y ambientalista estadounidense Aldo Leopold que «toda protección de la vida salvaje está condenada al fracaso, porque para querer necesitamos ver y acariciar y cuando un número suficiente de gente haya visto y acariciado no quedará nada que querer».

El problema de la conservación de lo salvaje tiene sus raíces en la incapacidad actual del ser humando de ver y acariciar la naturaleza. De sentir, por ejemplo, el fresco aroma del suelo y de los árboles llenos de vigor, de conmoverse con el estrepitoso ruido de las cascadas o las tormentas. El viajero en esta etapa de ‘Salvaje Oeste’sacará de su mochila y recitará alguno de los libros más influyentes en la lucha por la conservación de las tierras salvajes norteamericanas y, por ende, de todo el planeta. El viajero quiere recordar en primer lugar los escritos del imprescindible Aldo Leopold. Aldo Leopold fue uno de los conservacionistas más relevantes de la historia. En su vida realizó un extenso trabajo para la preservación de la flora y fauna salvaje. Fue pionero en la divulgación de planteamientos éticos que tuvieran en consideración la comunidad biótica de la Tierra e influyó en el desarrollo de la ética ambiental y el movimiento por la salvaguardia de la naturaleza salvaje.  En 1949 se publicó su libro ‘A Sand County Almanac’ (traducido en castellano como ‘Una Ética de la Tierra’).

Este libro, junto con ‘Primavera Silenciosa’ de Rachel Carson, han sido considerados como los más influyente de la historia del movimiento conservacionista. El texto de Aldo Leopold es una miscelánea de historia natural, literatura naturalista y filosofía. De esta obra podemos extraer citas inolvidables como «una cosa está bien mientras tiende a preservar la integridad, estabilidad y la belleza de la comunidad biótica. Está mal, si tiende a hacer lo contrario». Integridad, estabilidad y belleza que hoy reconozco en el Parque Nacional del Monte Rainier. ¡Ojalá se puedan preservar para siempre! En ‘La Ética de la Tierra’ Aldo Leopold nos deja claro que «la conservación es un estado de armonía entre el Hombre y la Tierra». Para alcanzar esta armonía pensaba que se necesitaba una educación ambiental fuerte, clara y comprometida. Afirmaba que «a medida que nos volvemos una sociedad más urbanizada con crecientes necesidades de espacio y energía, a menudo recurrimos a la naturaleza salvaje sólo como recurso. Sin embargo, la vida silvestre no es solo un recurso para desarrollar. Tiene muchos beneficios humanos, naturales y económicos que debemos proteger».

Este ideal le llevó en 1935 a la fundación «The Wilderness Society», una asociación que es todavía un referente mundial en la conservación de la naturaleza salvaje. El viajero prosigue su camino disfrutando de estas tierras frescas y mojadas.El día está nublado y el Parque Nacional del Monte Rainier expresa con nitidez su dependencia del agua.Los vientos cargados de humedad del océano pacífico, azotan las laderas del Mount Rainier y producen lluvias y nevadas muy copiosas. En algunas zonas del Parque las precipitaciones anuales superan los tres mil milímetros. Todo el paisaje está condicionado por la abundancia de agua, desde los veinticinco glaciares que coronan las montañas más altas hasta los densos y monumentales bosques de abeto Douglas (Pseudotsuga menziesii), tuya gigante (Thuja plicata) y tsuga (Tsuga heterophylla).

En las zonas subalpinas la copiosa humedad junto con los suelos volcánicos y con la gran intensa luz solar de verano hacen que en el Parque Nacional del Mount Rainier nos encontremos las praderas de flores silvestres más asombrosas de la Tierra. El problema de la conservación de las áreas salvajes no sólo está vinculado a la educación y concienciación. También tuvo gran importancia el desarrollo de unas leyes que ampararan la vida silvestre. Junto a Aldo Leopold habría que recordar hoy también al naturalista y escritor Bob Marshall.

Él publicó en 1930 el influyente trabajo ‘The Problem of the Wilderness’ (’El Problema de lo Salvaje’) en el que expresa la importancia de la conservación de las zonas salvajes por múltiples razones: científicas, estéticas y espirituales. Bob Marshall fue también fundador de la ‘The Wilderness Society’. Gracias a su trabajo está organización logró proponer con éxito la Wilderness Act, una ley que ha permitido la conservación de un gran número de áreas salvajes en los Estados Unidos. Gracias a la labor conservacionista de pioneros como Aldo Leopoldy Bob Marshallhoy podemos disfrutar de un Parque Nacional en el que se han preservado ecosistemas sumamente frágiles. En 1988, cerca del 97 por ciento del Parque Nacional fue integrado en el ‘Mount Rainier Wilderness’ y de esta manera se asegurará la supervivencia de su riquísima vida silvestre.

Durante este verano me he encontrado con ardillas terrestres y arborícolas, marmotas y picas. Y una abundante avifauna: arrendajo de Steller, cascanueces americanos o charas grises. También en estas fechas es posible encontrarse con ciervos de cola negra, alces, osos negros o cabras monteses.Pero si algo hay que destacar en esta geografía indómita es el Mount Rainier, el volcán activo que da nombre al Parque Nacional, que se alza hasta los 4.392 metros de altitud y es un icono emblemático del estado de Washington. Se trata de un volcán activo que está considerado entre los más potencialmente peligrosos del mundo en caso de despertar de su letargo, aunque no ha habido ninguna erupción desde finales del siglo XIX. El lugar representa la conmemoración de la belleza y del poder de la naturaleza del ‘Salvaje Oeste’. El Parque Nacional ha tenido actividad volcánica a lo largo de millones de años, gracias a estar ubicada cerca del borde occidental de la placa tectónica de Norteamérica. En términos geológicos, la montaña que podemos apreciar en la actualidad es relativamente joven: se formó, aproximadamente, hace 500.000 años.Al igual que el Monte Santa Elena, que protagonizó en 1980 la erupción volcánica más catastrófica del siglo XX (se liberó una energía equivalente a la de veintisiete mil bombas de Hiroshima), el Mount Rainier podría llegar a entrar en erupción en cualquier momento. Los vulcanólogos esperan que la montaña dé señales de aviso evidentes antes de comenzar un período de erupción. ¿Puede haber un territorio más salvaje que este lugar?El afán conservador de Aldo Leopoldy Bob Marshall tuvo su origen en la segunda mitad del siglo XIX, ya en aquel momento existió una preocupación en algunas personalidades excepcionalespor preservar la naturaleza salvaje.

En 1864, el diplomático estadounidense George Perkins Marsh publicó un libro pionero, ‘Man and Nature’. Esta obra es uno de los primeros trabajos que documentaron los efectos de la acción humana sobre el medio natural: «El hombre es en todas partes un agente perturbador. Dondequiera que planta sus pies, las armonías de la naturaleza se convierten en discordias. La ecuación de la vida animal y vegetal es un problema demasiado complicado de resolver para la inteligencia humana, y nunca podremos saber cuánta perturbación producimos en las armonías de la naturaleza cuando lanzamos la piedra más pequeña al océano de la vida orgánica”. George Perkins Marsh vaticinó la gran crisis ambiental en la que nos hayamos inmersos, pero lanza un mensaje positivo y consecuente: “La mejora de los árboles de los bosques es un trabajo de siglos. Tanta más razón para comenzar ahora”. Hoy, ahora mismo, debemos sumarnos a la defensa de lo salvaje. 

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