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El prisionero español

17/09/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Mientras los ejércitos napoleónicos campaban por España, alterando de manera decisiva el curso de la Historia e impidiendo que en nuestra nación se desarrollara un proceso revolucionario que, de igual manera que en otros países, hubiera contribuido a la construcción de una mentalidad cívica y republicana que tan bien nos vendría ahora, una nueva forma de timo se extendía por Europa. Se trataba de una forma arcaica de algunos tipos contemporáneos de timos telefónicos y de mensajería electrónica que explotando la codicia humana prometía grandes beneficios con una pequeña inversión. En este caso un pobre prisionero político español se dirigía a acaudalados burgueses pidiendo dinero para liberar bienes confiscados o en ocasiones para garantizar la supervivencia de alguna pobre y desvalida hija con la promesa de desvelar la ubicación de un fabuloso tesoro.

Este tipo de timo fue mutando con el tiempo. Se llegó a conocer también como ‘Estafa Nigeriana’ y en Hispanoamérica como el ‘cuento del tío’. En todos los casos se trata de entregar algo, incluso de manera repetida, a cuenta de la expectativa de los fabulosos beneficios a los que al codicioso timado se lleva a creer.

Se trata, en suma, de un negocio ilícito que surge de una muy acertada lectura de las oscuridades de la naturaleza humana y que no solo deja tras de sí la frustración y la ira del timado, sino también un desencanto perfumado de desconfianzas y escepticismo.

Los tiempos postcontemporáneos, con su devoción religiosa por la tecnología, los emprendimientos y las startups, han dejado para la Historia algunos ejemplos de timos parecidos. El reciente caso de Theranos es buena muestra de ello, con su promesa del nuevo grial de la sangre cabalgando sobre ese «miedo a perderse algo» (FOMO, en inglés) que es la droga de los tiempos.

En política, en la que todo es actualidad y FOMO, se funciona así. El problema es que los prisioneros españoles ahora somos todos. Y los timados, también.
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