26/01/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Esta semana el colegio del pequeño Dimas organizó una jornada dedicada a los abuelos. Mi primer contacto con el centro, el pasado septiembre, fue la típica reunión de padres el día antes de comenzar las clases. Encuentros difíciles en los que vas pensando en no meter la pata y en los que das por hecho que no te vas a poder sentar en las minisillas, porque vienes de un verano en el que precisamente no has aligerado la vida, y temes que el pequeño artefacto se astille mientras los profesores dan la bienvenida.

Una vez pasado el trance y agradecido porque los asientos eran normales, es decir para adultos, homologados y sin riesgo de rotura, hice el análisis del aula y del resto de padres, al más puro estilo de Lorenzo Falcó. Puse en silencio el móvil y escuché atentamente a ‘teacher’ Bea. Entre todas las cuestiones, ya en ese momento nos hizo saber de la importancia que allí daban al día de los abuelos, y de lo entrañable que solía ser esa fecha. Pues bien, el miércoles pasado llegó el día. Un día más para muchos de nosotros pero muy emotivo para ellos, ya que por unas horas se sintieron como lo que son, pieza fundamental e indispensable de la familia.

Todos los que participaron se encargaron de transmitirles lo importantes que pueden llegar a ser en los primeros años de la vida de sus nietos. Y compartieron con ellos una jornada fundamental y necesaria, que de no ser por el colegio nunca se hubiera celebrado. A muchos nos hizo reflexionar mientras volvíamos en el coche o justo antes de dormir, con las imágenes de lo feliz que se sentían unos, y la cara de alegría de los otros al ver participar a sus abuelos de su día a día.

Les diré que yo me acordé de mis abuelos, y de que ojalá hubiese existido una jornada tan emotiva en aquellos complicados años de colegio. También pensé en la suerte que tenía Dimas de tener a sus cuatro abuelos vivos, de poder verles cada semana, y convivir y compartir con ellos grandes momentos.

Los abuelos son lo máximo, aunque a veces sean un poco pesados. Se quedan con los pequeños para que podamos oxigenarnos, y aunque siempre te dicen que van a hacer las cosas como les indicas, terminan por hacer un poco lo que les da la gana, pero desde luego son los que cocinan las sopas y purés preferidos, y dan licencias a los nietos que ni de coña pasarían a un hijo. Juegan horas y horas tirados en el suelo, sin acordarse de los dolores de espalda, y en algunos casos hasta sacan del cajón oscuro la libreta de ahorros que llevaba tiempo sin ver el sol.

Porque como un día me dijo Mª José (Yoyé) mientras tomábamos un café en el Brasil: «los nietos son el postre de la vida».
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