oscar-m.-prieto-3.jpg

El poso y la corriente

08/01/2020
 Actualizado a 08/01/2020
Guardar
El día amanece con una niebla tan espesa que no habrá paseo. No levantará. Bien abrigado voy por agua al caño. Hace frío, probablemente siga helando. No se oyen disparos, mal día para los cazadores que no podrán cazar. Se oye a los perros ladrar. Peor día para ellos, que no podrán correr. Día feliz para liebres y conejos, en paz. Nunca hay niebla a gusto de todos.

El río baja con agua desbordada, libre de pantanos. Desbocada como los quince años. Heráclito dijo que nadie se baña dos veces en el mismo río, pero, ahora, ni siquiera una. Le pregunté a Pepín si el ímpetu arrastraba a las truchas también. Me dijo que no, saben guarecerse, están en su elemento.

Todavía no sale humo por ninguna chimenea. En unas casas los regalos aguardan bajo el árbol a que despierten para que los abran. En otras, papeles y envoltorios desperdigados por salones y cocinas son el ruinoso testimonio de un deseo ya cumplido, aniquilado. Si uno lo piensa bien o de otra manera, quizás nunca deberían cumplirse los deseos, al menos no del todo, seguirían vivos.

Las navidades han pasado como un vendaval de brindis y buenos sentimientos con fecha de caducidad, comidas y cenas sin solución de continuidad, sin apenas espacio para las meriendas. Cada vez menos cánticos, menos oraciones, aunque siguen siendo fechas para recordar a quienes ya no están y supongo que no han ido a menos los propósitos de enmienda.

El tiempo es un río que en navidades suele desbordarse. Pero el río es algo más que la corriente. Qué vértigo si el río, el tiempo, no fuera más que la corriente, arrastrados sin bañarnos dos veces en el mismo río. El río es también, además, el poso, lo que deja. El tiempo, la vida, es corriente y también ese poso, la memoria, lo que queda, el escondite de la trucha.

La felicidad, que no existe, está hecha de minúsculos sedimentos que se han posado en nuestro fondo y no es necesario que las pepitas sean de oro. A mí, estas navidades me han dejado el paseo de una tarde hasta la laguna, con el monte y el barro, el cielo y los robles, el ir de la mano, y el júbilo, la alegría, los nervios y el inmenso agradecimiento, tanto que a todos abrazaba, de mi hijo León cuando el Rey Gaspar subió a casa y le entregó un piano.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
Lo más leído