El Pontífice de Corbillos

Gregorio Alonso, al que decían El Pontífice, pues saludaba de manera pontifical «pero trabajaba y vivía como un paisano», responsable de la huerta y cuadras de los Franciscanos

Antonio Barreñada
18/08/2019
 Actualizado a 19/09/2019
Descendientes de Gregorio Alonso en Arcahueja, en vísperas de la celebración de Nuestra Señora.
Descendientes de Gregorio Alonso en Arcahueja, en vísperas de la celebración de Nuestra Señora.
Para muchos leoneses, e incluso para gentes de otras tierras que algo gustan de las músicas tradicionales, Corbillos (el de La Sobarriba) suena, sobre todo, por sus 'Titos'. Baile vivo, agitado por las panderetas, que recogieron los Cancioneros Leoneses de la mayoría de los musicólogos, y, no siendo exclusivo de este lugar (Ángel Barja señalaba que «lo que distingue a los 'titos' de Corbillos de los 'titos' de Prioro, no es sino el ritmo y la entonación), se fijaron sus letras en los repertorios más populares entonados en esas ocasiones de mesa y banco corrido: "Los titos de Corbillos/ son duros de cocer/ con agua de goteras/ dicen que cuecen bien…". 

Corbillos ha tenido mucho más que 'cantar' en la vida leonesa, como otro ejemplo de lo que históricamente ha sucedido con estos pequeños pueblos nuestros. Tal como publicara María Isabel Biforcos, un noble leonés, Ruy Díaz Ramírez de Quiñones, establecía en el siglo XVI un 'pósito', "panera hecha al efecto, cuyo coste sufragaría a medias con el concejo, en el lugar de Corbillos de la Sobreriba, una legua de León", como efectivo seguro de los pequeños productores agrícolas, al salvarles de la usura en tiempos de escasez. El 'pósito' serviría también para suministrar grano a la ciudad, algo que siempre se hizo desde la comarca.

Grano, y otros aportes que por Portillo y Portillín no dejaron de bajar. Alimento también, una tradición cultural que enriqueció la vida ciudadana con los valores de los pueblos. De Corbillos, coros de mozas, con sus cantos de ramo, reseñados en diversos momentos de celebraciones grandes del pasado siglo (como las Fiestas Isidorianas) y, especialmente, desde comienzos del mismo siglo XX hasta avanzados los años sesenta (al menos según lo documentado en prensa) por sus 'Villancicos o Pastorada', que llenara teatros de la urbe, como el Principal. Tanto esmero y entrega generosa pusieron los intérpretes que incluso perdieron su pendón concejil para vestir los Reyes.

Gente entregada. Como un hombre que supo vivir de acuerdo con su conciencia, con sus creencias, de la manera más íntegra. Gregorio Alonso Aller nació en Corbillos en 1882, el mismo año en el que la iglesia de 'San Francisco el Real Extramuros' de la ciudad de León se reabriera al culto, recuperada por la Orden Tercera Franciscana y encomendada a los Capuchinos ¡a pesar del obispo! Su vida iba a estar, no estrecha, totalmente ligada a esos frailes y su convento leonés: desde mozo, apenas iniciado el pasado siglo, hasta sus últimos días (1964), él iba a ser el responsable de huerta y cuadras de ese gran caserón que corona la Corredera, labor que legaría a uno de sus hijos, Juanín, a ella dedicado hasta que, otros tiempos, otros usos, en la que fuera sede de los estudios de Teología de los de la Orden Menor (más de un centenar de los de hábito pardo viviendo allí), no quedaran ya ni esas dependencias auxiliares, ni casi frailes.

Iniciándose la II República Gregorio era, además de campesino en su tierra y hortelano de los frailes, presidente de la Junta Vecinal de su pueblo. En el conjunto del país se produciría eso que puede, de manera sucinta, denominarse una "situación convulsa" (más dura de cocer que los titos), la que llevaría en 1933 a la declaración del Estado de Alarma, previsto en la Constitución de la República y desarrollado en la Ley de Orden Público de ese mismo año. En León, en diciembre de ese muy difícil 33, tendría lugar el movimiento insurreccional 'dinamitero', preludio de la Revolución del 34 de Asturias, destacado pero no sólo desarrollado en la cuenca minera del Bierzo (como en alguna ocasión se simplificó), con ataques a bienes públicos y del clero en otras zonas de la provincia, también en la propia ciudad de León, como lo fue el intento, el lunes 11 de diciembre «sobre las ocho de la noche», de incendiar con gasolina la Iglesia de Nuestra Señora del Mercado de León. Afortunadamente, quedó en "chamuscamiento".

Hay menos noticias que de lo anterior, recogido en la 'Hoja oficial' del día siguiente, de otro fuego provocado en las puertas de un recinto religioso: el de los Capuchinos de San Francisco. 'Tío Goyo' se la jugó: se llevó a frailes del convento a su casa de Corbillos, donde, 'camuflados' como paisanos, aguantaron hasta que la situación pareció calmarse.
Volvería a hacerse necesario convertir el lugar de La Sobarriba en refugio para los peores tiempos al dar comienzo la Guerra Civil: tras aquellos primeros disparos que en la ciudad sonaron durante escasas jornadas, el de Corbillos no esperaría a que las cosas empeorasen: unció las vacas, enganchó el carro y en los soportales de Santa Ana (muy cerca de los Durruti), recogió a sus hijos que allí habían iniciado vida con sus propias familias, cargaron sus escasos enseres y para todos fue de nuevo hogar seguro el de los padres.
Forma parte de lo anecdótico algo recogido en algunos testimonios concernientes a aquellos años en los que las manifestaciones públicas de carácter religioso (sean procesiones) no estuvieron realmente prohibidas por el ordenamiento oficial laicista que, cuanto más, exigía la pertinente autorización gubernativa, sino amedrentadas por un entorno social anticlerical tan nuestro… Se cuenta, que 'El Pontífice' de Corbillos tomaba en sus manos la cruz procesional, salía a la puerta de San Francisco al frente de los fieles y acababa con los miedos: "¡Dejad que vengan!".

Sí hay nota escrita, recogida por el nuestro Carmelo Hernández Moros, que refleja la personalidad sin fisuras del paisanón. El diario 'Proa' del 6 de septiembre de 1963 publicaba en su página 3 una columna, 'Adiós a un buen leonés', en recuerdo y homenaje del fallecido Enrique Rodríguez Guisasola, el médico de La Sobarriba, "puntal en el mantenimiento de la lucha". En ella señalaba 'Lamparilla' que, al visitarlo en el Sanatorio Otazú, recién operado, "en seguida echó la conversación por las tradiciones de su tierra". Y habló de aquel 'Grupo de Tradiciones Leonesas'. Y me recordó el rasgo del 'tío' Gregorio, de Corbillos, 'El Pontífice' como cariñosa y adecuadamente le llamaron "al traer a la capital desde el pueblo los pendones a hombros sin hacer caso de las bravatas de ‘farrucos’ republicanos de Puente Castro".

Hay en la ciudad de León una vidriera con pendones, la tantas veces reproducida de la escalinata del Consistorio (Casa de la Poridad de la Plaza de San Marcelo). El 'de Tierra' de la Hermandad de La Sobarriba encabeza la Procesión de los Pendones leoneses en un regreso de la Virgen del Camino a su Santuario. Realizada sobre cartón de Santiago Eguiagaray Senarega por Basurto-González S.A. en 1944. Gregorio Alonso, 'El Pontífice' ha sido identificado como el personaje que maneja los remos. Eguiagaray, el hermano 'bohemio' del alcalde, se autorretrató en su esquina inferior izquierda. Gregorio era familiar a los Eguiagaray, en cuyas fincas también trabajara, y, con toda certeza, Santiago utilizó una imagen procedente de una Rogativa reciente (la de 1939) para su cartón. La vidriera en cuestión se convirtió en todo un icono –tal como lo sigue siendo– de los pendones concejiles y la devoción a la Patrona de la Región Leonesa.

Las devociones religiosas forman parte significativa de lo llevado también a la ciudad desde esos pequeños pueblos, por sus gentes sencillas. A Gregorio se debió que, tal como se repite en abundantes crónicas de prensa local desde 1927 (y se refieren más antiguas), "robustos mozos" de Corbillos y otros pueblos de La Sobarriba, fueran los encargados de portar imágenes de la más entrañable religiosidad popular leonesa, como la del 'Dainos', o la hoy casi olvidada de 'La Divina Pastora' con sus 'Sirvientas'.

Coherentemente con la forma externa de manifestarlo, las creencias y una forma de vida en ellas asentada. Una de sus nietas dice que lo del 'Pontífice' es cosa de los de la ciudad, si acaso de esos de la prensa de la época, que él fue 'Tío Gregorio', el que, sí, siempre saludaba de una manera 'pontifical', pero trabajaba y vivía como eso, como un paisano. De su casa saldrían miembros de la Orden Menor Franciscana que no olvidan quienes pasaron por 'El Pardo'. Al fallecer, recuerda otra de sus nietas, fue vestido con la túnica del 'Dulce Nombre', de la que fue primer hermano de los de La Sobarriba, y no el último. Y para que todo fuera como debía ser, al lado de la figura grande, Fermina Alonso Fernández, una paisanina pequeña y callada, como las de La Soba, de Arcahueja, de cuya Cofradía de Nuestra Señora también fue él hermano (y en su casa se compartieron el escabeche y queso de las ordenanzas), como lo siguen siendo hoy varios de los suyos, de los que siguen viviendo la tradición de la Tierra.
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