El poeta que escribe latido a latido

Hoy llegamos a Azarías DLeyre, poeta de la discreción y el realismo más certero, con versos que describen no solo lo que nos rodea, sino también aquello que presiente el alma

Ruy Vega
01/05/2022
 Actualizado a 01/05/2022
Azarías DLeyre recitando en el festival de poesía de Quiroga.
Azarías DLeyre recitando en el festival de poesía de Quiroga.
El mundo necesita poetas. Estoy convencido de ello. Sí, creo firmemente que así debe ser. Puede que no sean necesarios para que todo siga adelante, pero sí que lo son para que entendamos mejor lo que nos rodea. Y no solo eso, sino que además son el perfecto maestro para que nos comprendamos mejor a nosotros mismos, nuestros miedos, nuestras lágrimas, nuestras sonrisas y nuestros temblores en la tormenta. Papá, hoy te traigo, en esta nueva Carta a ninguna parte, a Azarías DLeyre, uno de esos poetas escritos con la letra del talento.

He conocido la obra de Azarías gracias a un genial poeta (y mejor amigo): Emilio Vega. Algún día echaré la vista atrás, y rememoraré cada una de estas cartas, para darme cuenta, y lo digo sin miedo a equivocarme, que te he escrito tantas sobre libros de narrativa como de poemarios y poetas. Quizá mi corazón lo necesite y mi alma lo grite ahogadamente en susurros mientras sueño. Puede que el destino me lleve una y otra vez a la poesía, una y otra vez, una y otra vez… No me escondo si digo que, seguramente, en la época que más lo necesitaba la poesía llegó a mí.

Hoy te traigo una pluma que domina las formas clásicas de la composición, alguien de enorme calidad. Azarías lleva consigo el silencio de los que no desean ser conocidos, a pesar de poder ocupar portadas y peldaños de gloria si lo hubiera deseado. Sin conocerle en persona, creo que, sencillamente, solo necesita escribir, como el que respira, como el que pájaro que vuela para sentir el viento, o el pez que navega para disfrutar del mar. Por el simple hecho de sentirlo necesario. Y los que hemos podido leerle, quizá un grupo elegido, del que me siento orgulloso de formar parte, sonreímos tras cada uno de sus versos.

Poemas intimistas, sobre personajes, poemas sobre la propia poesía, sobre (por supuesto) el desamor, eróticos, sobre el propio ser humano y poemas variados. El alcance al que ha llegado es tan diverso y extenso como la propia vida. Y es que, papá, vuelvo a la reflexión inicial, aquella en la que me muestro seguro de que los poetas ven lo que nos rodea de un modo distinto, diferente y único. Para mí solo puede ser una nube de color gris, que esconde lluvia próxima. Para poetas como Azarías o Emilio Vega, es un lienzo que el propio cielo ha pintando en gris, porque no se atreve a llorar todavía, delante de los hijos del viento y las hojas de plata que danzan sobre el suelo.

Mo busquéis poesía, compañeros
ni goyescas metáforas ni salmo 
ni técnica poética ninguna;
ni soy juglar ni vate ni poeta»
Azarías se muestra tal cual es, abierto como se abren los que regalan vida y corazón, en los primeros versos de su poema Soneto blanco, donde podemos leer: «No busquéis poesía, compañeros / ni goyescas metáforas ni salmo / ni técnica poética ninguna; / ni soy juglar ni vate ni poeta». Podría mostrarte más ejemplos de una modestia envidiable en este mundo de apariencias, de alguien que escribe con letras de oro, pero que muestra bastones de madera. Elijo un nuevo ejemplo, papá, que te llevará de nuevo hasta su forma de ver su propia obra. Se trata del poema Guijarro, del que te rescato todos sus versos, pues está compuesto de solo cinco. En él, podemos leer que «Siempre he sido guijarro de sendero, / pasto del sol y yunque de aguacero, / trémula piedra, sorda, muda, quieta… / Dame forma de cántaro, alfarero, nunca fui ni jamás seré poeta». Admiro estas palabras, más habiendo conocido a aquellos que se llamaron poetas, pero el destino no les sedujo con versos.

Entre su obra, extensa y necesaria, podemos encontrar versos que, he de confesar, a mí me encantan especialmente. Son aquellos que podrían entender de una u otra forma, dependiendo de tu propio estado de ánimo, de tus propias sensaciones en ese momento, de tus sensaciones. Qué difícil es lograrlo, qué enormes los poetas que lo hacen. Te escribo aquí, lo leído en Imágenes retrospectivas, un buen ejemplo de ello: «A veces los sueños del alma / quedan atrapados en el desván del tiempo… / Hoy traspasé el cristal / del nostálgico reloj de la memoria / donde duerme la luz / de luciérnagas pretéritas».

No puedo, dejar de mencionar sus poemas dedicados a distintos personajes, ya que creo que es una buena forma de conocer al propio poeta, a través de aquellos sobre los que ha escrito. Cuántas veces, papá, hablamos tú y yo de tantos y tantos personajes. Rescato por sincera admiración aquel dedicado al propio Emilio Vega, nexo de unión común entre él y yo, humilde caminante de alma vagabunda. En el poema Alas invisibles podemos leer palabras de gran realismo y certeza: «Quien te sutura la herida / cuando diluvia en tus ojos / y te ha postrado de hinojos / el látigo de la vida… / Quien no sale de estampida / cuando se incendia tu trigo, / y aquel que parte contigo / tu miseria y su fortuna / en tus eclipses de luna, / merece llamarse amigo».

Como ya te habrás dado cuenta, Azarías no solo nos lleva a su propio caminar, a sus días y sus pensamientos, sino que también encierra poesía tras cada pensamiento y reflexión, que luego deja reflejados en versos de excelente lienzo. «Vertió -en mi corazón-, la poesía, / el cántaro de miel y agria dulzura / del veneno sutil de su ambrosía», nos dice. Pero no solo de su propia amante, la poesía, nos habla, sino que en sus escritos también podemos encontrar consejos sobre el buen obrar de un alfarero de las palabras. Y, si no, lee: «Tantas aguas bebí de tantas fuentes, / que derramo mi tintero en el libreto, / y surge el mar, un río y sus afluentes…». A buen entendedor… Te escribo ahora un nuevo ejemplo de su bien hacer, que resalto de Tres tristes liras, y que nos dice que «¡Oh, amada mía, / no sabes el dolor que a veces siento, / que escribo poesía / por no gritar al viento / mi constante desdicha y mi lamento! / ¡Te pido que me digas, / por qué, si en mi jardín planté un rosal, / florecen solo ortigas, / con forma de puñal, / y vierten negras lágrimas de sal!».

Como poeta que se hace preguntas, que piensa y reflexiona, como poeta de sentimientos, también nos lleva al complejo mundo del amor, del amado y la amada, de la ruptura y el olvido. Creo que es algo que es anexo al propio ser humano, algo que nos acompañará siempre, algo que nos define. Por eso te rescato, de su texto Cruz de amor, estos versos: «Cuando ya había perdido / la ilusión por encontrar / el bálsamo de mi herida, / y el pincel del tiempo arcano / tiñó mis morenas crines / con la escarcha del otoño, / un aciago plenilunio / te hallé en el monte de Venus, / y me arrastraron las olas / por las tenebrosas cumbres / de tu mirada febril».

Te escribo ya unos últimos versos, que extraigo de La cara oculta del Ángel Lucifer, y que me llegan profundamente. Azarías nos escribe que «La imagen que el espejo nos vende es irreal / nos muestra su perfil de corazón divino, / y no vemos la sombra del predador felino / que habita tras la luz de un ser angelical. / Dos caras tiene al alma: la rosa y el puñal; / no todo su poema es verso alejandrino. / Con sublimes perfumes, de Dior y Valentino, / se disfraza el aroma de las flores del mal».

Papá, me tengo que ir ya despidiendo. Llega ese momento, en el que mis letras finalizan, una vez más, creyendo firmemente que eres consciente de cada letra de estas Cartas a ninguna parte, de cada línea, de cada página. El mundo nos regaló una vida juntos, instantes de imperecederos recuerdos. El tiempo nos entregó momentos para que tu vida y la mía fueran compartidas. Y aquí me encuentro, una vez más, pensando en ti, en nosotros, en todos aquellos días que seguro que se repetirán. Pasarán las cartas, las vidas y los poemas. Pero nunca podrá quedar atrás esa sensación de que no es inmortal el que nunca muere, sino el que nunca se olvida.
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