22/07/2015
 Actualizado a 07/09/2019
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Por principio soy reacio a todo ingenio o acción que limite o cuestione la libertad en cualquiera de sus modalidades y manifestaciones. Desprecio las alambicadas y en ocasiones exhaustivas justificaciones mediante las cuales se nos intenta convencer de los beneficios que puede traer una nueva mutilación de nuestra libertad –otra más–, que en la mayoría de los casos alegan la defensa y protección de otro bien jurídico o derecho.

Es obligado constatar, que nuestra sociedad está establecida sobre la renuncia por parte de los individuos que la conforman a grandes esferas de su libertad como condición que asegura la convivencia. Es precisamente por esta cesión de amplias parcelas de nuestra libertad al poder establecido, por lo que deberíamos defender con más ahínco y celo aquellas libertades que hemos sancionado como inviolables y universales, en toda época y lugar, como derechos inalienables de todos los seres humanos. Una de éstas es la libertad de expresión.

Estoy de acuerdo con la opinión del profesor Umberto Eco cuando afirma que: «Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que, primero hablaban sólo en el bar, después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos rápidamente eran silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles». Aun así, considero un síntoma peligroso de estos tiempos cualquier movimiento que pretenda amordazar u orientar dicha libertad de decir. Poco me importa que se amordace en aras de la seguridad o que se oriente y señale en pos de la verdad. No nos engañemos, en la inmensa mayoría de los casos lo que se pretenderá realmente será garantizar la seguridad del poder establecido y asentar aquella verdad que el propio poder considere verdadera.

El poder por naturaleza tiende a ser despótico y es propio de toda tiranía controlar aquello de lo que sus súbditos deben o no deben hablar y la realidad en la que deben creer. Dos son los mecanismos más eficaces para conseguirlo: primero reprimir, después establecer la única verdad, la del régimen. En esto no hay colores, todos son así, el poder devora.

Y la semana que viene hablaremos de León.
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