14/08/2022
 Actualizado a 14/08/2022
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Sin duda, cada uno de ustedes, amigos lectores, habrá tenido en su vida –aparte de las circunstancias que les pueden haber afectado y podemos calificar como «giros accidentales»–, un algo trascendental, hecho de alto poder (persona o cosa) que cambió drásticamente su rumbo vital. En mi caso, ese algo poderoso ha sido un libro.

La anécdota es muy simple. Siendo yo estudiante de Filología Románica en la Universidad de Salamanca, y puesto a elegir un segundo idioma entre italiano y portugués (el francés era obligatorio), opté por la lengua de Camões en detrimento de la de Dante. No me pregunten por qué. Hay cosas en la vida que no tienen una explicación racional o uno no acierta a descubrirla. Teniendo que entregar un trabajo libre para superar la asignatura de Literatura Portuguesa, encontré en los anaqueles de una librería de viejo en la Calle Meléndez de la capital salmantina un libro –sin duda allí a mi espera– titulado «Alegria breve», novela del escritor portugués Vergílio Ferreira, traducida al español (Editorial Seix Barral) por Basilio Losada. Aquella lectura despertó en mí tal entusiasmo que pronto se convirtió en devoción hacia el ‘virgilianismo’ y, por ende, hacia lo luso.

A partir de ahí, mi intensa relación con Vergílio Ferreira (1916-1996) –frustrado aspirante al Nobel de Literatura, solo conseguido en lengua portuguesa por José Saramago– tuvo un cierto grado de correspondencia paradójica entre la vida y la muerte. Paradójica, porque el año en que yo nací, 1944, apareció en el mercado su segunda novela titulada ‘Onde todo foi morrendo’. Fuera de la coincidencia casual entre un ser que nace y el título de una novela que también viene al mundo, pero que habla de la muerte, el encuentro absolutamente accidental con la obra posterior vergiliana tuvo para mí consecuencias más profundas de las que se derivan de un estudioso que ha dedicado centenas de palabras escritas, traducidas o pronunciadas sobre su obra. Porque sin el deslumbramiento que me produjo en la década de los setenta la lectura de ‘Alegria breve’, mi destino profesional –y vital– habría sido muy diferente. Esas páginas fueron decisivas para que me alistase en las filas del lusismo, dentro de las cuales he militado feliz ejerciendo la docencia sobre lengua y literatura portuguesa en la Universidad de Salamanca durante treinta años.

He dicho muchas veces, un poco en broma y un poco en serio, que Vergílio Ferreira, no sólo determinó mi vida profesional derivándola, como acabo de explicar, hacia la lusofilia; sino que también es él, en cierto modo, el ‘padre’ de mis hijos. Evidentemente, no el padre biológico, putativo, espiritual, adoptivo, etc., sino el, llamémosle, «colaborador accidental o circunstancial». Mi trabajo aludido derivó después en tesis doctoral sobre toda su obra, indispensable medio para ganarme un puesto como docente universitario. A raíz de ello, comencé a ganar el dinero necesario para colmar mis aspiraciones de formar una familia. Y como, por regla general, cuando uno se casa, instintivamente suelen venir hijos, he ahí la explicación. Por ello digo, no menos en broma y no menos en serio, que los empleadores: empresarios, contratistas..., o los que por su obra son objeto de tesis doctorales indispensables para conseguir empleo remunerado, ejercen, de algún modo, en padres nunca debidamente reconocidos.

¿Qué hubiera sido de mí, de no haber contactado de la forma descrita con ‘Alegría breve’? Imposible saberlo. Otro algo me hubiera llevado por derroteros muy distintos. A lo peor, a una «pena larga».
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