14/10/2018
 Actualizado a 17/09/2019
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Empieza el otoño, apunta la melancolía, y con la melancolía me llega la brumosa memoria de un pianista al que no conocí. Porque murió cuando yo era muy niño, o acaso antes de que naciese. Aquel pianista vino de Galicia, y yo no sé cómo pretendía vivir de su profesión en Ponferrada, pero ese era su objetivo. Era un hombre optimista, sin duda, o un hombre de poca ambición. Empezó viviendo en una fonda, debió de haber traído unos dineros escasos de su tierra, que creo que era Orense.

El pianista no era berciano, pero en el Bierzo murió, todavía joven. Había conocido a una mujer, se habían enamorado y se casaron; pero el matrimonio no llegó a tener hijos. Fue todo muy rápido, romántico y triste. El pianista, en realidad, no tuvo ocasión de vivir en la estrechez previsible; no le dio tiempo. Tocaba en algún café por las noches, daba clases particulares a las hijas de la incipiente pequeña burguesía ponferradina, y disfrutaba de la vida con su mujer, también gallega, aunque la conoció en el Bierzo. Entre los dos compartieron una existencia de humilde y animosa alegría entre la niebla del Sil y las notas del piano.

Cuando murió el pianista, en aquel remoto día de los primeros años 50, la ciudad apenas se enteró. Porque suele pasar eso, que la gente muere y tampoco importa gran cosa, salvo a sus parejas, padres, hijos, amigos muy íntimos. Y el pianista solo tenía a su mujer y a su piano. Mi padre algún día me habló de él, pero tampoco recordaba los detalles: la vida de aquel músico en Ponferrada fue muy breve. Su viuda luego se casó otra vez, con un hombre de dinero y Falange, al que, al parecer, conoció en el cementerio del Carmen. Yendo ella a llevar unas flores a su pianista muerto, y el hombre de la Falange y el dinero a su mujer, también fallecida por entonces. Y entre las tumbas nació el amor. Y aún desapareció más la memoria del pianista. Que yo ahora recuerdo sin poder recordarlo, en realidad. Aunque sí supe de su existencia, de su paso leve por la ciudad del Dólar, de aquel tiempo de cafés con pianista. En una Ponferrada que es, como toda urbe, un gran reino del olvido, un lento panteón de personas anónimas que por allí pasaron, sintieron, soñaron, gozaron o sufrieron. Un lienzo de vida y muerte que también nos tiene a nosotros en la nómina, aunque andemos todavía escuchando algún piano. E incluso aunque escuchemos, sin haber sentido nunca su música, a aquel pianista de Galicia que vivió y murió en la ciudad del Sil y del Boeza. Hace ya muchos años.
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