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El petardo más gordo

26/03/2023
 Actualizado a 26/03/2023
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Mi mejor amigo se fue una vez a las Fallas con otros tres colegas y cometieron el error de venirse arriba. Si la humanidad no ha evolucionado todo lo que debiera, si hay problemas que se podrían haber solucionado hace siglos, si seguimos tropezando en las mismas piedras, suele ser siempre por el error más repetido y peligroso de nuestra historia: venirse arriba. En el caso de estos cuatro incautos, se vinieron arriba porque intentaron empaparse de las costumbres locales por encima de sus posibilidades, seguramente con el objetivo de no parecer tan madrileños, aunque a buen seguro que les habían identificado como tales en cuanto pusieron un pie en Valencia. Compraron petardos, de todos los precios, de todos los tamaños, y se dejaron llevar por la euforia local. Tiraban unos cuantos por aquí, otros cuantos por allá, ji ji ji, ja ja ja, a ver quién tarda más en soltarlo, que si sí, que si no. Se sintieron así perfectamente integrados en la que, sin querer faltar al respeto de nadie (que es lo que se suele decir justo antes de faltar al respeto de lo que venga después, como a continuación se demuestra), sin duda es una de las fiestas más estúpidas y vomitivas del santoral español. Definitivamente entregados al espíritu fallero, entre todos los petardos que compraron dejaron reservados los cuatro más gordos para tirarlos a la vez, uno cada uno, con la esperanza de que la explosión retumbara como una bomba atómica. Se pasaron la tarde buscando un lugar que tuviera una resonancia especial. Contemplaron la posibilidad de tirar los cuatro petardos a un mismo contenedor, pero les pareció poco. Pensaron también en tirarlos a un portal, pero les pareció mucho. Cuando apareció aquel túnel ante sus ojos, a los cuatro les debió de brotar esa sonrisa incontrolable que en la infancia solía anteceder a un merecido bofetón. Se subieron al coche y lo pararon en medio de aquel túnel. ¡Venga, va! A la de tres. Espera, espera. ¿A de tres a o la de uno, dos, tres y ya? A la de tres, brasas. ¡Venga, antes de que aparezca otro coche! Vale. Va, ¿eh?. Una, dos y... ¡tres! Cada uno de los cuatro prendió su petardo y, justo en el momento de tirarlo por la ventanilla, mi mejor amigo (que lo sigue siendo básicamente porque yo no estaba en aquel coche) se dio cuenta de que, por lo que fuera, se le había olvidado bajar el cristal.

A aquellos cuatro incautos madrileños aún les pitan los oídos.

Algo parecido le ha pasado al PSOE con las últimas semanas que nos ha dado a los leoneses. «¡Vaya traca, nene!», que diría un valenciano. Una mascletá política en toda regla: la ronda noroeste, la doble vía del AVE, la autovía entre Ponferrada y Orense, un parque agroalimentario en el Bierzo, la plataforma de Torneros, la segunda fase de San Marcos, cuatro parques comarcales de bomberos, tres edificios sobre el yacimiento de Lancia, la restauración del teatro Emperador y una unidad de drones en el cuartel del Ferral. Buah, te lo flipas. Supongo que cada uno de estos proyectos venía argumentado con un discurso propio, pero la verdad es que con el ruido de los petardos no me enteré de nada.

Tampoco es precisamente el PSOE el único que abusa de la pirotecnia electoral. Ayer mismo visitó León una ministra de Podemos para inaugurar un edificio que se empezó a construir cuando ella tenía 17 años. Por la parte del PP, el petardo más sonoro lo soltó el presidente de la Junta (perdón por la redundancia), dedicando una peineta por la espalda a una procuradora socialista que en ese momento exponía en Las Cortes la problemática de los celíacos. Lo peor, como siempre, fueron las explicaciones: que si fue un «gesto natural» o «los que me conocen saben que no es mi estilo», a lo que respondieron con carcajadas ahogadas, sobre todo, los que le conocen. Hasta ahora pensábamos que el más macarra de la Junta era el vicepresidente García Gallardo, pero resulta que en eso también fallamos. Por cierto que, cuando ya parecía que nada podía ir a peor, este último se fue de viaje a Silicon Valley, para dar un toque más internacional a la vergüenza ajena, y a los inversores del sector tecnológico les vendió las bondades de lo que él mismo bautizó como el «valle de la innovación».

Nadie nos avisó de todo de esto, de tanto ridículo, de que iba a resultar tan complicado elegir la noticia menos creíble de la semana. Los pronósticos preveían que sería la moción de censura de un cuasi nonagenario que primero filtró sus discurso para que los adversarios pudieran preparar mejor sus réplicas, luego lo leyó en público y, cuando ya estaba publicado en el diario de sesiones del Congreso, decidió subastarlo en Amazon. Pero no, fue todo a peor. ¡Qué semana! Otra igual y no sólo es que dos astronautas leoneses vayan a subir a la Luna, sino que van a bajar la Luna directamente a León. A este paso, no nos va a hacer falta ni siquiera que vuelvan a convocar la mismísima Mesa por León, en la que tantas esperanzas habíamos depositado. Por cierto: ¿qué fue de ella? Hay que reconocer la inmensa suerte y el privilegio sin parangón que tenemos los leoneses con nuestros representantes políticos, que nunca nos tratan como si fuéramos borregos... y no queremos pensar que consiguieron sus cargos precisamente por eso. Aunque, para suerte, la de la Unión del Pueblo Leonés, a la que entre unos y otros le están haciendo la mejor campaña posible sin la necesidad de abrir la boca, porque a veces, cuando la abre, es para estropearlo.

Y puede, además, que todo no acabe aquí, porque hasta el día 5 aún tienen derecho a seguir prometiendo, así que igual está todavía por explotar el petardo más gordo. No se olviden de bajar la ventanilla.
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