El pesimismo y ‘La lluvia amarilla’

Por José Javier Carrasco

24/03/2021
 Actualizado a 24/03/2021
Julio Llamazares en su domicilio leonés. | EDUARDO MARGARETO (ICAL)
Julio Llamazares en su domicilio leonés. | EDUARDO MARGARETO (ICAL)
Manifestaba Julio Llamazares (1955), autor de ‘La lluvia amarilla’, en una entrevista que no es el autor quien elige a la obra, sino que es esta, la obra, la encargada de escoger al autor que debe darle forma. No sé si esta afirmación es válida para todas sus obras o solo aplicable a las novelas. Al tiempo que releía ‘La lluvia amarilla’ leía por primera vez el ensayo de Sergio del Molino ‘La España vacía’. Al final del libro, este autor se identifica con una generación a la que bautiza como «viejóvenes», y da a entender que los autores que forman parte de ella van más allá de una simple moda, y que de algún modo están determinados a escribir como lo hacen. Dos libros, ‘La lluvia amarilla’ y ‘La España vacía’, que abordan, con una diferencia de dieciocho años entre las fechas de publicación, desde ópticas diferentes, una misma cuestión: el despoblamiento, el éxodo emprendido desde los pueblos hacia los núcleos urbanos. Un fenómeno que Sergio del Molino denomina como el «Gran Trauma» y cuyo comienzo, Julio Llamazares fecha en su obra coincidiendo con la guerra civil. Al menos en lo que se refiere a algunos vecinos de Anielle, el pueblo oscense donde transcurre la acción de la novela centrada en el devenir de su último habitante, después de perder a su mujer y acompañado solo por un perro que le sigue a todas partes. Ainielle es solo el símbolo de muchos pueblos sobre los que pesa la amenaza de desaparecer, aún hoy sesenta años después, y con ellos parte de la memoria de quienes los habitaron. En palabras del profesor Jordi Pardo Pastor en el artículo ‘Significación metafórica en La lluvia amarilla de Julio Llamazares’: «Todo lo que sucede en Ainielle – la despoblación, la destrucción, la pérdida de una identidad, la muerte – debe verse desde el plano de lo real: es la historia de nuestro país y de unos hechos que, nos guste o no, son indudables. Posteriormente esta realidad se ficcionaliza mediante la alegoría literaria, una gran metáfora amarilla, que nos narra la historia del pueblo de Anielle». Esa gran metáfora amarilla a la que se refiere el crítico es el delirio del protagonista, para el que al final del libro todo lo que le rodea se reviste del color amarillo, incluso su sombra. Sergio atribuye, en un capítulo de su ensayo, la paranoia de algunos de los nuevos pobladores, que dejaron la ciudad por el campo, a la privación de estímulos. Algo que constatan experimentos conductistas y que se aplica a prisioneros de guerra o disidentes políticos. La pérdida de la autoestima es uno de los efectos buscados. Andrés, el protagonista de ‘La lluvia amarilla’, poco antes de morir, se compara a un perro abandonado por todos, que aguarda paciente al cazador de perros. Si Julio Llamazares tiene razón y es la obra la que elige a su autor, la realidad de Andrés y de Ainielle es la excusa para hablar del pesimismo de una generación a través de otra en la que se refleja, asumiéndola.
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