El pescado de mañana

Por Sofía Morán de Paz

Sofía Morán
19/01/2020
 Actualizado a 19/01/2020
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En mi casa siempre me dicen que la frase que más repito a lo largo del día es: «¡date prisa!», con sus distintos tonos y colores de voz, en función de la urgencia del momento. Lo hago casi de manera automática, inconsciente, porque vivo con la sensación de tener prisa todo el tiempo, aunque muchas veces ni siquiera la tenga. Es parte de mi personalidad germánica, que suele arrastrarme al férreo cumplimiento de horarios y tareas por encima de todo lo demás. Más aún en estos tiempos en los que nos persigue la mensajería instantánea, las retrasmisiones en tiempo real, el «boom» de los contenidos efímeros en las redes sociales (con esas ‘stories’ que duran 24 horas), y el innegable valor que le damos a la velocidad y la inmediatez.

A estas alturas de la película, somos todos ya muy conscientes de que Internet, las aplicaciones, los teléfonos inteligentes y las redes sociales, han cambiado de forma radical la manera en la que nos relacionamos. Ya no nos llamamos por teléfono, pero nos mandamos audios, notas de voz, fotos y ubicaciones. Nos escribimos sin palabras, con predictivos emoticonos. Usamos aplicaciones para ligar, para escuchar música, para contabilizar los pasos que damos cada día, y las calorías que consumimos, y las pulsaciones con las que nos levantamos.

Usamos las redes sociales para informarnos, porque es ahí donde encontramos información inmediata, e incesante. Buceamos en busca del titular, de la explicación rápida del asunto, el vídeo de 2 minutos, textos breves donde consumir la información ya licuada, lista para tragar. Y a por la siguiente. No hay tiempo para pensar demasiado, aún menos para reflexionar. Por eso consumimos tanta opinión, trabajo que nos ahorramos.

El pelotazo de la semana ha sido, como ustedes ya saben, el impudoroso nombramiento de DoloresDelgado como Fiscal General del Estado. Gritos ahogados, manos a cabeza, beligerantes declaraciones de todos los adversarios políticos, ofendidos y ofendidas, y Twitterechando humo. Así, a priori, podría parecer el fin del mundo. O el fin de Pedro. Pero no se engañen, nadie se va a acordar de esto pasado mañana.

Lo explicaba el pasado martes Carlos Alsina en una de sus magníficas entradillas, cómo dentro del carrusel político las cosas se desgastan y desaparecen rápidamente, sin cobrarse una sola factura, y donde «el éxito político de Pedro Sánchez es la prueba de que la hemeroteca en España ya no hace daño. El Presidente nos conoce, conoce bien a la sociedad para la que gobierna, y conoce bien el valor decreciente que tiene la coherencia como valor político».

Atrás quedó la tesis, el relator, los vergonzantes cambios de timón, o las famosas cloacas del Estado… Grandes sofocos que han durado menos que un catarro.

Nos movemos entre la indignación y la indiferencia. Practicamos con soltura ese «activismo de sofá» que nos lleva a protestar contra la tele cuando algo nos indigna. Los más revolucionarios, incluso se lanzan a exigir, reivindicar o patalear en alguna red social. Después, ya más calmados, le damos al «play» en el botón de Netflix y seguimos adelante. Hasta el siguiente sofoco.

«Las grandes exclusivas de hoy, envolverán el pescado de mañana» solía decir Walter Lippmann, dos veces premio Pulitzer, para recordar que la gloria dura apenas un día. Pero es ahora, cuando ya nadie envuelve el pescado en papel de periódico, cuando la frase adquiere un sentido pleno.

La exministra de Justicia y su nuevo cargo son pasado, hoy sólo se habla del pin parental.

Es acojonante la rapidez con la que nos olvidamos de todo. El poder de lo efímero. Una máxima que el ya Presidente del Gobierno, y su santo gurú, Iván Redondo, manejan a la perfección. Aguantar el chaparrón con los dientes apretados, y esperar con calma a que llegue, por fin, el pescado de mañana.

Sofía Morán de Paz (@SofiaMP80) es licenciada en Psicología y madre en apuros
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