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El periodista traidor

29/09/2022
 Actualizado a 29/09/2022
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“Quizá los mejores periodistas deberían ser traidores» sentencia Gay Talese en una entrevista publicada en los últimos días. Con una sola frase define el nuevo periodismo, del que es considerado padre junto con Tom Wolfe, de finales del siglo XX y este primer cuarto del XXI. Talese viste noventa años, traje de tres piezas y pañuelo de seda con esa elegancia magnética del traidor exquisito que desafió su tiempo.

Su diagnóstico es certero. Quizá hagan falta más periodistas traidores porque los medios de comunicación han pervertido la lealtad y buscan profesionales comprometidos con los intereses de la cabecera en vez de los intereses de los ciudadanos. Una degeneración similar a la que sufre la política encadenada a la conveniencia de los partidos. Así, los periodistas leales son aquellos que no molestan a los gobernantes que arreglan la cuenta de resultados de las empresas periodísticas. Saben mirar para otro lado, no escarbar ni abrir cajones. Conocen bien a quién hay que herir con preguntas y a quién proteger con silencios. Hay unos pocos leales felices acomodados en el calor húmedo y pegajoso del poder. Y luego están los más, los leales forzados como veteranos rusos camino de Ucrania, que mastican sin parar esa fidelidad deshonrosa desde la incertidumbre y la precariedad que entierra la independencia. La lealtad obligada es la enfermedad que mata al periodismo.

Por eso tiene razón Talese. Y ante la lealtad corrupta, la traición se alza como la virtud más perseguida en los despachos de las redacciones y en las cortes de asesores a la caza de los incómodos e imprevisibles que no hacen amigos mientras trabajan. El poder no quiere malvados traidores. Quizá por eso los políticos no citan a Talese y manosean sin pudor aquello de Kapuscinski: «Para ser buen periodista hay que ser buena persona». No nos quieren Judas. Aunque ya advirtió Borges que «si Jesús debía morir quien le condujo a la muerte no fue sino su mejor discípulo».
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