El peor enemigo, el machismo

Ésta es una historia real, en ella se verán identificadas y que probablemente piensen lo mismo que la protagonista: "que desgracia haber nacido mujer"

Colectivo 8M Bierzo
17/06/2018
 Actualizado a 12/09/2019
Una de las pancartas que pudieron verse en las manifestaciones contra la violencia machista en Ponferrada.
Una de las pancartas que pudieron verse en las manifestaciones contra la violencia machista en Ponferrada.
Nací en el año 1954, en una familia trabajadora, mi padre trabajaba en Auxini y después en el Mopu al principio, después el Ministerio cambió de nombre. Mi madre trabajaba en casa (ama de casa). Mis padres tenían una buena y bonita relación de «marido y mujer». Discutían de vez en cuando, pero jamás llegaron a la violencia.

Cuando tenía alrededor de 5 años, un vecino de nuestro barrio aprovechando que hubo un corte de luz, me llamó (estaba jugando en la calle), para que le cogiera un paquete de tabaco que tenía encima de un mueble, que supuestamente él no llegaba a donde estaba. Me cogió en brazos y al levantarme en el aire, me bajó la ropa interior y me manoseó y restregó contra su cuerpo. Yo no sabía qué pasaba, pero lo que sí recuerdo y recordaré toda mi vida, es que aquello no me gustó y me resultó muy desagradable; nunca se lo dije a mis padres y no sé por qué, pero no se lo dije. A los pocos días de esto, estando jugando en la calle, otras dos niñas nos contaron algo parecido del mismo individuo. A pesar de ello, no me hizo sentirme mejor, pero sípensé que debía ser algo normal que esto se hiciera.
Cuando tenía unos 8 años, el tío de una amiga, estando jugando en su casa, no recuerdo por qué, pero terminé sentado sobre sus piernas, cantando y divirtiéndome con él, pero en un momento dado, noté entre mis piernas algo que me molestaba, me levanté y al girarme para ver que era, vi el pene erecto de ese tipo. Salí corriendo hacia el patio y me fuí para mi casa, incómoda, muy incómoda. También a los pocos días, otra amiga me contó que el tío de nuestra amiga, la había cogido y sobado contra él. Tampoco contamos nada a nadie.

Entré en la Escuela Pública en el Colegio Campo de la Cruz de Ponferrada primero. En párvulos, los niños estaban en unas aulas y las niñas en otras. En el recreo, tampoco estábamos juntos. Muchos días en el patio, cantábamos el Himno Nacional o el Cara al Sol, nos gustaba mucho, era algo diferente, «era cantar», pero no teníamos ni idea de lo que significaba, teníamos entre 4 y 6 años. Los niños jugaban a la pelota. Cuando nos cambiaron al edificio grande (lo componía dos construcciones anejas, se estudiaban 4 cursos) los niños estaban en un edificio y las niñas en el otro.

Entonces ya no cantábamos en el patio, solo jugábamos, los niños a la pelota y las niñas, dependía de lo que quisiera la maestra. Cuando estábamos en tercer curso, 8 años, hubo un gran revuelo en el colegio. A una compañera de nuestro curso la había agredido sexualmente un vecino de su edificio. No entiendes muy bien que es lo que pasa, pero sí te das cuenta, a pesar de la corta edad, que tienes que tener cuidado con los hombres, que pueden hacerte «cosas» que no te gustan. A los 9 años me llevaron a una Academia privada, donde preparaban a las/los alumnas/alumnospara hacer el examen de ingreso en el Instituto Gil y Carrasco. Entonces comenzábamos a estudiar el Bachiller a partir de los 9 años. Allí fue la primera vez que en las aulas estábamos las niñas y los niños juntos, pero eso sí, nos colocaban según fuéramos más listos o más torpes, los más listos delante y los más torpes detrás.

En el año 1964 pasé a estudiar al Instituto Gil y Carrasco. Entonces no había aulas para niñas y para niños, había horarios, los niños estudiaban por las mañanas y las niñas por las tardes, hasta el año 1968, que pasamos a estudiar todos por las mañanas, pero en aulas diferentes. Las asignaturas que teníamos, eran casi todas las mismas, excepto las propias de las mujeres, «costura, cocina y labores del hogar». Cuando llegamos a C.O.U., entonces, empezamos a estudiar en aulas todos juntos y las mismas asignaturas. Terminé el Bachiller a los 17 años y no quise seguir estudiando, aunque en mi familia querían que hiciera Magisterio o Enfermería, pero nada de eso me gustaba y tampoco estaba animada para seguir estudiando, yo creo que era un poco vaga para el estudio. A partir de ahí, como casi todas las chicas de aquellos años, soñábamos con el príncipe azul que iba a venir a rescatarnos de nuestras familias, donde teníamos un montón de reglas: no puedes salir todos los días, no puedes llegar a casa después de las 22:00 horas, no puedes, no puedes… Encontré al mío en el Instituto, era guapo, divertido, fuerte… qué bien me sentía a su lado, era la reina, me abrazaba, me besaba, me mimaba. No podía sentirme mejor. Pero llegó un día en que, ‘estaba enfadado’, y me dio una bofetada, yo quería morirme, pero él, muy listo, me pidió perdón cientos de veces, me abrazó, me dijo, ‘esto no vuelve a pasar, yo te quiero mucho….’ Y le creí.

Otro día me dijo que no quería que estuviese con mis amigas y amigos, que no eran buena gente y que me podía hacer daño, que la gente iba a pensar que era como ellas y ellos, y no sé cómo lo hizo, pero llegué a ver a mis amigas y amigos como mala gente y que era cierto que podían hacerme daño.

Mis padres se fueron a vivir fuera de Ponferrada, yo me quedé con un familiar, para que pudiera seguir estudiando. Pues bien, otro día me dijo que no fuera a casa de mis padres, que mejor me quedara en Ponferrada, que allí en el pueblo había vecinos que no le gustaban y que podían influir en mí, para que no volviera con él. Volví a creerle, pero lo que no hice fue dejar de ir aver a mis padres, iba pero no salía de su casa. Todo un logro.

Al cabo de 3 años nos casamos. Qué feliz era, ya tenía a mi príncipe e iba a tener mi libertad de movimientos, no más horarios, ni limitaciones, …. No sabía que a partir de ahí mi vida iba a ser mucho peor que la que había tenido en casa de mis padres.

Al año de casados me quedé embarazada, estaba muy contenta, iba a tener una hija o un hijo y era lo más grande del mundo. A él le daba igual, no le hacía tanta ilusión como a mí, bueno yo creo que ni más ni menos. Un día cuándo mi embarazo llegaba al sexto mes, después de haber ido «de vinos», llegó a casa y no sé porque, se enfadó y me dio un puñetazo en la tripa y un guantazo. Lloré toda la noche, estaba aterrorizada por si le hubiera hecho daño a mi bebé, por mí no me preocupaba, sabía que me había pegado sin querer, que se había enfadado y no se había dado cuenta de lo que hacía. Efectivamente, por la mañana cuando se despertó, me pidió perdón mil veces, me abrazó, me besó, me regaló una flor y me juró que nunca más volvería a pasar. Le creí.

El día que nació mi niña, él no estaba. Había ido a la fiesta de un pueblo con unos amigos, cuando llegó, una de sus bromas fue: «podías haber esperado a que estuviera yo», me reí, era divertido, pero después lo utilizaba delante de todos sus amigos, para hacer la gracia y hacer creer a los demás que si no había estado era por mi culpa.

Llegó el día del bautizo de la niña. La noche anterior se había ido con unos amigos de fiesta, cuando faltaban 15 minutos para irnos a la iglesia, llegó borracho, pero se mantenía firme, se duchó con agua fría, decía que se encontraba mal, que algo le había hecho daño, (el alcohol, no, claro).Otro día llegó a casa de noche, después de trabajar y como no estaba de buen humor, lanzó el plato de la cena contra la pared porque no le gustaba la comida y se lió a golpes conmigo y con la mesa de la cocina; se fue para la cama y por la mañana volvió a pedirme perdón, otra vez le creí, por las mañana era tan bueno y cariñoso….

Volví a quedarme embarazada, ahora era un niño, ¡qué feliz estaba! Iba a tener una parejita, niña y niño, lo que soñaban entonces muchos matrimonios. Y mi vida siguió igual de mala; gritos, golpes, y después perdones, abrazos, besos. Pero poco a poco fui perdiendo las ganas de todo, estaba triste, melancólica, echaba de menos a mi familia, quería volver a estar con ellos.Pero cuando él se daba cuenta de mi estado de ánimo, estaba unos días, cariñoso, divertido, hacíamos cosas juntos, paseábamos, íbamos al cine, y conseguía que me olvidara de todo y que me sintiera mejor. Aprobó una oposición y comenzó a trabajar de funcionario, éramos muy felices, entraba en casa un salario bueno y podríamos hacer un montón de cosas que hasta entonces no habíamos podido hacer. Estuvo unos meses contentísimo, iba a casa sonriendo, de buen humor, pero al cabo de 2 o 3 meses, volvió a ocurrir. Gritos, humillaciones, insultos… Un día estaba tan harta de su comportamiento, que tuve las fuerzas suficientes para decirle: «si me vuelves a poner la mano encima, te mato cuando estés durmiendo», se quedó helado, no se lo esperaba. Pero aquello duró poco, volvió a su asqueroso comportamiento conmigo. Al poco tiempo, fui yo la que aprobé una oposición y empecé a tener mi propio trabajo. También fue una gran alegría en casa. Muchas mujeres no entienden el por qué no me separé antes. Era una mujer libre, con mi casa, mi propio trabajo y por supuesto mi propio salario, no tenía que depender de él para nada. Pero el miedo a que te haga daño a tí o a tus hijos es grandísimo y eso te deja paralizada a la hora de tomar decisiones. El miedo y el horror que pasa una mujer maltratada, solo lo puede entender quien lo ha vivido.

Volví a quedarme embarazada, otra niña. Eran lo más grande en mi vida, mis hijos. Gracias a ellos pude soportar gran parte de mi triste vida. Fueron pasando los años y todo seguía igual, palos, gritos, humillaciones, después alegría, besos, abrazos… y volvía a conseguir que me olvidara.Pero llegó un momento en que ya no me convencía, ya no le creía, me fui alejando de él, sin salir de mi casa. Cada día deseaba y esperaba que antes de llegar a casa tuviera un accidente con el coche y se matara, sería mi liberación. Pero cuando me tranquilizaba un poco, pensaba que ¿qué clase de persona podía desear la muerte de otra?, era una mala mujer, mala madre. Me horrorizaba pensar aquello, ¡desear la muerte!

Siguieron pasando los años y mi vida iba cada día a peor, no solo me pegaba, insultaba, humillaba, sino que me obligaba a tener sexo con él y siempre estaba borracho, era horrible, solo quería morirme. Lo único que me daba vida eran mis hijos, los adoraba y procuraba hacer cosas con ellos y estar el mayor tiempo posible fuera de casa, excursiones, cine, deporte, era el momento del día más bonito.Cuando habían pasado 26 años, me armé de valor, mis hijos me ayudaron, a él lo odiaban y decidí separarme de aquel monstruo que había hecho de mi vida un auténtico infierno. Fue muy difícil decírselo, tenía verdadero miedo a que su reacción fuera de darme una paliza e incluso de matarme, me había amenazado con ello en más de una ocasión, pero lo hice. De momento se quedó sorprendido, pero no dijo nada. Le preparé una caja con sus cosas y una maleta, la casa era mía, y le dije que todo lo que había en la casa era de los dos, que se llevará lo que quisiera, su respuesta fue: «no quiero nada viejo, ya me compraré lo que yo quiera”. Cogió sus cosas y se fue. Qué alegría para mí y mis hijos, no podíamos creer que fuéramos a vivir una vida tranquila. No le dijimos a nadie que nos habíamos separado, por miedo a que no le gustara que sus amigos se enteraran de que yo se lo había pedido y volviera a hacerme daño.

Pero nuestra alegría duró poco, empezó a ir a mi casa, quería entrar, quedarse allí, decía que podía vivir allí aunque estuviéramos separados, que dormiríamos en habitaciones separadas, pero que él quería estar allí porque le gustaba donde vivíamos. Saqué fuerzas, no sé de dónde y le dije NO. Siguió rondando por la casa durante bastante tiempo, hasta que un día, apoyada por mis hijos, le dije que si volvía por allí, le denunciaría y se enterarían todos sus compañeros de todo lo que había vivido con él, eso le asustó. Vivía de apariencias.

A partir de ahí, empecé una nueva vida, feliz, tranquila, dormía por las noches sin sobresaltos y sin miedos, pero culpándome por no haberlo hecho antes. Por desgracia, las mujeres siempre nos culpamos de todo lo que hacen ellos.
Esta historia real la viven muchísimas mujeres. Desde aquí, las animo a denunciar los malos tratos, ya sean psicológicos, físicos o de cualquier forma que les haga sentirse mal. Seguir viviendo con un maltratador, además de hacernos daño a nosotras, hace daño a nuestros hijos, viven continuamente la violencia y les resultará muy difícil tener una vida tranquila. Si hay algo de lo que más me arrepiento, es de no haberme separado antes, tanto mis hijos como yo, habríamos tenido una mejor vida. Al primer indicio de maltrato hacia tu persona, no lo permitas. Y a las chicas jóvenes, decirles, que «ellos nunca cambian», siempre serán maltratadores, por mucho perdón que te pidan y por mucho que digan que te quieren, es mentira. Si te quieren, no te hacen daño.
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