03/08/2015
 Actualizado a 18/09/2019
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Quede claro que no se pretende aquí opinar sobre la calidad artística de la obra escultórica, ni sobre su tamaño, ni sobre el lugar público en el que se asienta el ‘Monumento a los pendones leoneses’, obra del fraile dominico Miguel Iribertegui, recién estrenada en León, en la explanada del Auditorio. De lo que se pretende hablar es de la identidad leonesa y de sus símbolos. Porque, según la opinión reiteradamente publicada, aparecen la lucha leonesa y los pendones concejiles como dos elementos representativos de esa identidad.

Dejemos por ahora la lucha leonesa, ese bellísimo espectáculo deportivo y su épica ancestral de enfrentamiento entre la montaña y la ribera, que tantas tardes veraniegas de ensueño ha dado a una parte, no muy grande en verdad, de nuestra tierra y cuyo punto débil para su representación identitaria sería el no abarcar todo el ámbito leonés, puesto que en muchas comarcas apenas se practica este deporte.

Centrémonos, pues, en los pendones, esos estandartes de tela con guirnaldas y emblemas que unos fuertes mozos portan al frente de una comitiva de gentes, ataviadas o no a la usanza del lugar, celebrando una festividad, generalmente religiosa. Su derivada hodierna ha propiciado la reconstrucción (en muchos casos: construcción más o menos mañosa) de tales enseñas, y su paseos por el exterior, siempre precedidos por alguna figura más que discutible de la política y a golpe de talonario, por supuesto, parecen destinados a suscitar el ardor patrio de la población. Muchos compatriotas aseguran haber visto la comitiva por ciudades españolas y extranjeras y confiesan haber sentido un golpe de sonrojo y estupor, como una bocanada de agobio, un atisbo de ridiculez. Y eso, sin aguardar a que surja la comicidad. Porque, en el diccionario, pendón vale por bandera o estandarte; pero en el común sentir (María Moliner dixit) se suele entender por: «Persona, especialmente mujer, alta y desgarbada. Prostituta». Y si buscamos el verbo pendonear: «Hacer el holgazán, callejeando o yendo de casa en casa».

En cuanto a la obra escultórica, la posición de las figuras humanas tratando de levantar el mástil trae a la mente de inmediato la de los marines americanos izando su bandera en Iwo Jima, en un episodio de la 2ª Guerra Mundial, y no la escena del mozo fortachón, (abanderado) dueño y señor del mástil del pendón, empujando con todo su musculoso cuerpo para ponerlo en alto, y ayudado por quienes asen y tiran de los cordones estabilizadores. Las señas de identidad son otras.
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