El partido de mi vida

Por Patricia Cazón

Patricia Cazón
23/01/2020
 Actualizado a 23/01/2020
Coloccini y Rubén Vega, en la primera visita atlética en Copa a León. | MAURICIO PEÑA
Coloccini y Rubén Vega, en la primera visita atlética en Copa a León. | MAURICIO PEÑA
"Cultural Leonesa", salió su bola. De sus posibles rivales ya había salido el Valencia, lo había hecho el Barça, quedaban dos: Madrid y Atlético. Al 50%. El Gordo o El Cholo. Crucé los dedos. Por favor, por favor. Sucedió. Lo segundo. Casi me caigo de la silla. Dejé de ver el sorteo. Para mí se había terminado, a mí ya me había regalado el partido de mi vida: Cultural-Atleti. Mi móvil, de todos modos, no me hubiera dejado. Pi-pi. Pi-pi. Pi-pi. Más de 60 mensajes en diez minutos. Y algo curioso: más de 70% de ellos del mismo sitio, la redacción de AS. Ellos saben. Mis compañeros me sufren miércoles-domingo viendo al Atleti. Los gritos en la tele, los Griziii de antaño, los «venga, leches» de ahora. Mis compañeros que me vieron llorar un océano aquella tarde de mayo en 2018. La Cultural había vuelto a caer al pozo, a esa maldita palabra, Segunda B, solo un año nos había durado la primavera. Mis vueltas al patio, histérica, sin querer mirar la tele, el Numancia-Cultural que todo decidía, la patada que le di a la cajonera, abolladura triste que me miraba el año cuando, en el partido frente al Castilla de la segunda vuelta, en Madrid, yo le gritaba a la tele. «Vamos, jod..., vamooos. Iván, Antonio». «Pero qué haces, tía, que no es la Champions, que es Segunda B, cómo puedes gritar así», me dijo uno. «No tienes ni idea. No es Segunda B, es la Cultu, mi Champions».

Es la Cultu, el equipo que más profundo llevo en el corazón. Fue el primero y no hay otro lugar en el que se rinda más respeto por los primeros amores que en el fútbol. La Cultu es el frío en los huesos del cemento del viejo Amivilia, las maderas combadas por la lluvia de sus porterías y el Marcador Dardo. La Cultu es Manzanedo, un portero con el bigote de mi padre. Y tantos nombres que son familia. Ramonín, Ballesteros, Villafañe, Marianín, Ovalle, José Díez, Celso, Miche, César. Ay, Carolo cabeza bolo, Paulino Bota de Vino. El cambio al Nuevo Amilivia, hoy un Reino, el Área Deportiva de Puente Castro y aquel sufrimiento que me dejó mis primeras arrugas en la frente: los años oscuros, esa palabra que daba aún más miedo que Segunda B y Tercera juntas, desaparición, mirando a un León de fauces abiertas. Estaba lejos, ya en Madrid. Da igual qué me pasara, todo era negro para mí. Pero llegó Aspire y esta Cultu regresó al color de su mano. Felipe Llamazares, Iván González, Viti, Colinas, Gallar, ay, Gallar. Cada vez que le veía en el Huesca sentía mi corazón de cristal, roto en mil esquirlas.

Mis compañeros también me vieron aquella noche de Madrid tirar un zapato a la basura. Eran mis favoritos, mis zapatos de la suerte: Ramos acababa de marcar aquel gol en Lisboa, también maldito, maldito, mal-di-to. Y cómo lamenté en 2017 no poder viajar a León porque el Calderón se cerraba el día que León volvía a bañarse en la fuente de Santo Domingo: la Cultural había ascendido 43 años después. Lágrimas, sonrisas y pasiones paralelas que nunca se me habían cruzado desde que trabajo en AS, para 16 años va. Entré en 2004, fue en 2003: aquel partido también de Copa en el que todos éramos más niños, no solo Fernando Torres, autor del gol rojiblanco, 0-1.

«¿Y con quién vas?». Después del anuncio, la Cultural contra el Atleti, esa era la pregunta con la que todos mis compañeros la mañana del sorteo firmaban sus mensajes. «No puedo elegir entre mamá y papá». De verdad, no puedo. Mamá es todo, papá también. El jueves se acerca. Es ya hoy. Es la primera vez desde 2015 que viajo para hacer la crónica de un partido del Atleti fuera. Pero es León, es mi casa, mi tierra. Soy leona, profundamente leonesa (me paso las previas de los partidos peleándome con mis compañeros por el guión entre Castilla y León, «es ‘y’, es ‘y’», les repito, y la pongo con orgullo en las fichas cada vez que González González le pita al Atleti) y una cosa tengo muy clara: todo lo bueno que le pase a la Cultu le está pasando a mi ciudad. Y eso, sí, son palabras mayores.
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