El párroco berciano Alberto Morán asegura que "venceremos" al coronavirus

Expresa sus sentimientos desde el confinamiento en el que no se permiten las despedidas religiosas como las conocemos y la Semana Santa ha sido virtual

Alberto Morán
12/04/2020
 Actualizado a 12/04/2020
Morán en una foto en la iglesia.
Morán en una foto en la iglesia.
Desde que comenzó el aislamiento, todas las mañanas vengo al templo a orar.Estoy solo, paseando de aquí para allá, entre los bancos y por los pasillos; dando vueltas alrededor del altar y contemplando tu cuerpo crucificado con los brazos abiertos, que preside el retablo, y las distintas imágenes del templo, mientras me llenan de luz multicolor y de alegría los rayos que se filtran a través de las vidrieras, con las imágenes de los doce apóstoles. De vez en cuando me paro a meditar ante el sagrario, donde estás real y verdaderamente presente; solitario y solidario con toda la humanidad que, en estos momentos, vive asustada, atemorizada y angustiada ante la amenaza del covid 19.

Entonces viene a mi mente el recuerdo detu angustia y tus lágrimas, de sudory sangre, en Getsemaní... «Padre, si es posible, pase de mí este cáliz. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya»Estos días no hay celebración de la Eucaristía, ni funerales, ni novenas, ni rosario, ni ningún rito o manifestación externa de culto.

El templo está vacío de fieles, pero no de fe, ni de plegarias, ni de súplicas, ni deconfianza en ti; porque, quizás, estos días más que nunca, en este templo y en tantos templos esparcidos por el mundo adelante, están presenteslas oraciones de las familias, del pueblo, de la sociedad ydel mundo. Y nos acordamos de Ti, y expresamos nuestra fe en la plegaria y la súplica, en unión con los cristianos y no cristianos, en unión con toda la humanidad, pidiendo la ayuda, el consuelo, la fortaleza y la saludpara todoslos que sufren, víctimas del covid 19.

Y te pedimos por todos los que están en la calle de la amargura de la vida, con la cruz del dolor a cuestas. Y por tantos que van camino del monte calvario donde les espera la muerte, desgraciadamente en soledad, sin el consuelo y la cercanía de los seres queridos; sin poder cruzar una mirada de cariño y de ternura,ni oír de sus labios una última palabra de afecto o de perdón; sin poder estrechar sus manos o sentir una caricia imposible.

En esta procesión de amargura y de dolor, sin ritos en el templo ni en las calles; sin imágenes ni tronos, sin andas ni costaleros, sintúnicas y sin capuchones, sin timbales ni trompetas, sin bandas de música ni saetas, sin hachones encendidos ni velas... En esta procesión, donde se mastica el silencio, están Jesús Nazareno y a la Virgen Dolorosa en cada hombre o mujer que sufren las consecuencias del covid 19 y de tantos malditos virus que causan destrucción y muerte en el mundo en que vivimos.

Y, desde los corazones, encogidos de dolor, de angustia y de miedo,en cada persona, en cada hogar, en cada hospital, en cada residencia de ancianos, en cada rincón de nuestro mundo... se despierta una fe viva y confiada. Y,desde la entraña más profunda de nuestra vida y de nuestra fe, sin salir a la calle, seguimos procesionando contigo, presente en todos los caminos de la vida.Y, como Lázaro, salimos de nuestros sepulcros, de nuestro individualismo, de nuestra pobreza y nuestra pequeñez a romper las vendas de todo lo que nos ata y nos mata, para caminar, con pies ligeros, al encuentro del hermano que sufre y nos necesita y con manos generosas y solidariaspara compartir lo que somos y tenemos con todos ellos.

Este covid 19,alque se le ha ocurrido «salir en procesión» por todos los rincones del mundo,nos enseña, una vez más,lo efímero de las cosas y de la vida y, posiblemente, mientras «posesionamos con él», nos ayudará a tomar conciencia de nuestra pobreza y pequeñez, a reforzar nuestra condición de hermanos, a amarnos, a respetarnos, a ayudarnos, a caminar juntosy querernos un poco más unos a otros.

La vida nos da, una vez más, una gran lección: Tenemos que morir para resucitar. Tenemos que darnos cuenta que, lo que creíamos vida, nos da muerte; lo que creíamos seguridad, nos da miedo;lo que creíamos fortaleza nos hace sentirnos débiles y,todo lo que creíamos que servía para el mañana, nos hace temblar en el hoy que no sabemos si acabará.

Desde la perspectiva del don de la fe, que da sentido a muchas vidas, sabemos bien qué es lo importante, y, aunque nos falten las procesiones, las celebraciones y los ritos, -manifestaciones externas y vivas de nuestra fe personal y comunitaria-,Cristo procesiona todos los días por nuestras calles.

Hoy, en el silencio de este templo vacío, pero lleno de tu presencia, me siento rodeado de gente. Mesiento, más cerca que nunca, de todas las personas creyentes y no creyentes del mundo que, en estos momentos,vamos en procesión por esta calle de la amargura que nos lleva hasta el Monte Calvario del coronavirus. Pero, estoy seguro y, así lo siento, que, como tú diste la vida y venciste la muerte por todos nosotros, nosotros también ¡Venceremos!

Alberto Morán es párroco berciano y autor del blog El rincón del cura
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