02/04/2023
 Actualizado a 02/04/2023
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Comienza la Semana Santa y es oportuno referirse, tanto al paraíso como a Dimas y a Gestas, esto es, al buen y al mal ladrón, ambos crucificados en el monte Gólgota a la izquierda y derecha de Cristo respectivamente. Vamos con lo primero. Según Joan Corominas, en su Diccionario Etimológico, la palabra ‘paraíso’ entra en el castellano hacia 1140 proveniente del latín por vía semiculta ‘paradisus’ y este vocablo del griego ‘parádeisos’ (Paraíso Terrenal o Jardín del Edén). En su ‘Anábasis’ (siglo IV a. C.), Jenofonte alude al antecedente persa de ‘paraíso’ con el significado de ‘parque’ o ‘reducto amurallado’. Luego tópico propio de jardín extenso y bien arreglado.

En la Biblia, el paraíso designa originariamente el vergel donde Dios coloca a Adán y Eva (‘Génesis’). San Pablo, en cambio, dice de él como espacio haber sido arrebatado por Dios y llevado a un Tercer Cielo (2ª ‘Carta a los Corintios’).

La imagen del paraíso aparece secularizada literariamente en el tópico latino ‘locus amoenus’, es decir, campo excelso o lugar idílico. La poesía bucólica desarrolla esta imagen haciendo de él un espacio mítico en que se mantiene viva la ‘edad de oro’. El tema del ‘paraíso perdido’ es recurrente en la poesía occidental y su expresión clásica es el poema homónimo de John Miltón. En castellano, lo expresa Rafael Alberti en ‘Sobre los Ángeles’. Según Ernst Robert Curtius, un lugar ameno consta de tres elementos esenciales: árboles, prados y agua; si falta alguno de ellos, el tópico desaparece.

Pero si pasamos de la fuente sagrada al uso profano del vocablo, ubicando su significado en la acepción de «lugar elevado o superior de una estancia pública», paraíso tiene su origen castellano en la iglesia de San Felipe Neri, en Cádiz, concretamente en la Isla de León, hoy San Fernando. Durante las cortes de Cádiz que allí tuvieron lugar cuando la invasión napoleónica, entre 1810 y 1813, el público asistía a las sesiones desde la primera galería alta de las tres de la rotonda, que estaba rematada con el escudo de los Filipenses, un corazón con una leyenda que decía: «Paraíso de las almas». Así nació la expresión ‘paraíso’ trasladada de modo general a las butacas más altas de teatros y salas cinematográficas, alternando con el nombre prosaico ‘butaca de general’ y, más vulgar, de ‘gallinero’.

Yendo en concreto a la Semana Santa, un familiar mío, en su etapa de estudiante universitario en Salamanca, presenció un hecho muy simpático que tuvo lugar en el Teatro Liceo de la capital charra en los primeros años de la dictadura franquista. Por esas fechas festivo-religiosas, las únicas representaciones permitidas por el régimen en los espectáculos públicos eran aquellas de fervor religioso concernientes a la pasión de Jesucristo.

El citado teatro salmantino estaba a rebosar en todas sus localidades. No cabía un alma más en palcos, plateas, butacas de patio y en el piso superior o paraíso. Cuenta este familiar mío que, en un momento de la representación, cuando, según el Evangelio de San Lucas (23, 43), Cristo se dirige al ‘Buen Ladrón’ (en el Evangelio de Nicodemo llamado Dimas, situándolo a la derecha de la mirada de Cristo; a la izquierda, ¡cómo no!. estaba el ‘Mal Ladrón’, llamado Gestas) con aquello: «En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso» (palabras por las que Jesús le estaba prometiendo a Dimas que tendría la oportunidad de resucitar en el nuevo mundo convertido en paraíso). se oyó una potente voz desde lo alto del teatro, en medio de un silencio sepulcral:

– Pues aquí ya no cabe ni Dios.
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