web-luis-gray.jpg

El país de las maravillas

15/10/2017
 Actualizado a 12/09/2019
Guardar
En tiempos modernos, hemos sido un poco de todo los españoles, especialmente vistos desde fuera, con esa aura de país venturosamente maldito, capaz de lo peor y lo mejor, a medio camino entre la Leyenda Negra y el Siglo de Oro.

Durante la dictadura, la mercadotecnia del turismo landista nos concibió diferentes (Spain is different) promocionando que no éramos Europa y, en consecuencia, los europeos debían acudir a contemplar esta rara avis en su zoo ultrapirenaico. Era un aprovechamiento meditado y ramplón del pedigrí acuñado durante el romanticismo por los viajeros británicos o franceses que se quejaban del ajo, las posadas y los caminos, mientras caían fascinados por la brutalidad y exotismo de nuestro supuesto embrujo montaraz. Años después, la Transición nos hizo a su vez alegres y despreocupados como muchachos con permiso para llegar tarde a casa y obligados a ello, provistos de una jovialidad algo impostada y febril que se agotó en cuanto un par de legislaturas socialistas nos pararon los pies en el viejo (y cansado) continente. Sin embargo, a pesar de todo, seguimos creyéndonos risueños y vocingleros, dados a las beatíficas y soleadas parrandas de los anuncios de San Miguel. Nos creímos también buena gente. Solidarios, con ese punto generoso que avalan el récord en trasplantes, las participaciones militares y civiles en misiones de paz o la expansión de derechos durante el último gobierno socialista. El nuestro era un país afable y humano. Incluso en medio de la crisis económica, el buen rollo parecía la mejor arma con la que combatíamos la indignación por la marea de corrupción política o los recortes en servicios públicos básicos en que chapoteamos. Aquí no había partidos ultra, ni violencia en las calles, ni congojas de culebrón. Por no haber, se echaban de menos hasta sinvergüenzas en la cárcel. Pero las faltas de respeto y la intolerancia se miraban mal. Éramos españoles, habíamos ganado un mundial y resistíamos arrogantemente un rescate que nuestro hidalgo gobierno no reconocía haber pedido: podíamos con todo.

Pero despertamos y el dinosaurio está aquí al lado. La hidra de nueve cabezas, el monstruo de la europeidad más oscura e indeseable. Resulta que sí había: fascistas con la bandera del último dictador repartiendo mamporros, nacionalismos decimonónicos y chapuceros, manifestaciones y pancartas de unos contra otros, bandos irreconciliables, personas que se miran mal a la primera frase discrepante, redes sociales inflamadas de furibundos calificativos, mala leche a granel, violencia oral y de la otra. Odio. ¡Que le coooorten la cabeza! berreamos por cualquier pulla, como reinonas de cartón pintado. Lo llaman guerracivilismo algunos azuzadores grandilocuentes, pero se trata del gañanismo faltón de siempre. España, esa nación de enajenación, el inagotable país de las maravillas.
Lo más leído