El país de las maragatas

Por Roberto Escudero

04/09/2018
 Actualizado a 19/09/2019
Imagen de la grabación de ‘La Esfinge Maragata’ llevada a cabo en la localidad de Castrillo de los Polvazares.
Imagen de la grabación de ‘La Esfinge Maragata’ llevada a cabo en la localidad de Castrillo de los Polvazares.
Fueron Richard Ford y George Borrow quienes descubrieron a los lectores de habla inglesa la Maragatería El primero pasó por Astorga en 1832 y el segundo en 1837. Sus relatos describen el mundo pintoresco, replegado sobre sí mismo, de costumbre extrañas y hombres dedicados a la arriería que se hizo tópico.

A ambos les sorprendió la condición de las mujeres. Estas - dice Ford -–«nunca se alejan de sus hogares, al contrario que sus maridos, en general, poco caseros. Llevan aquella vida de las antiguas mujeres ibéricas y, ahora como antaño, se las ve en estas tierras del Oeste trabajando en sus campos desde antes del amanecer».
Era el final del Antiguo Régimen y los años de las guerras carlistas. Tendrán que pasar 30 años hasta que la llegada del ferrocarril abra el camino a la revolución industrial y a la transformación de la comarca.

La primera vez que los maragatos vieron un tren fue el 16 de febrero de 1866, cuando se inauguró el tramo ferroviario León-Astorga, que formaba parte de la conexión con La Coruña. Pero las dificultades para traspasar los Montes de León paralizaron las obras y la línea quedó interrumpida entre Brañuelas y Bembibre. Como consecuencia, se estableció entre ambos puntos un tráfico de carros y diligencias que trasvasaba pasajeros y equipajes hasta que en 1883 la terminación del túnel del Lazo permitió cerrar el trayecto.

El ferrocarril aportó a Astorga un impulso económico formidable y las bases para una profunda transformación social, pero supuso el inexorable declive de la arriería. Su decadencia se acentuó con la inauguración de la línea Plasencia-Astorga. El 21 de junio de 1896 entraba en la estación el convoy inaugural llevando al ministro de Fomento Linares Rivas y, junto a él, a Gullón Iglesias, el prócer astorgano impulsor del proyecto.

Años después, será Florinda Salvadores, la Mariflor protagonista de ‘La Esfinge Maragata’, quien llegará a Astorga acompañada de su abuela y es en ese viaje nocturno desde La Coruña donde conoce a Rogelio Terán.

La ciudad vivía entonces días de euforia. Surgían talleres, se abrían tiendas y se creaba trabajo. En julio de 1910 se había fundado la Cámara de Comercio y el arquitecto Ricardo García Guereta, sucesor de Gaudí en las obras del nuevo palacio arzobispal, se afanaba en terminar el deslumbrante edificio modernista.

Sin embargo, la novela describe un mundo cerrado, tradicional, al que el ferrocarril ha condenado a desaparecer pero que, a semejanza de la mejoría que a veces precede a la muerte, todavía parece intacto. Para los hombres de la Esfinge Maragata, la emigración o la arriería – el alejamiento, en fin – seguían siendo las únicas opciones.
Rúas silenciosas - eso es lo que ve Mariflor - al recorrer el caserío de adobes simétrico y vulgar de Astorga. Ciudad en decadencia en la que los recuerdos heroicos huyen ante lo que describe como una población parda, muda, triste y pobre que languidece de añoranzas y pesares a la sombra de su catedral.

Una percepción sesgada quizás por el contraste con el mundo cosmopolita del que procedía la escritora. Esta había retornado en 1898 de Valparaíso y en 1909, tras su separación de Ramón de la Serna y Cueto, se instaló en Madrid con sus cuatro hijos. En su casa de la calle Goya mantiene los miércoles un salón literario al que asisten intelectuales y personajes de la alta burguesía.

En ese momento, había en Madrid un influyente grupo leonés en cuyo entorno surgió su interés por la Maragatería. Entre esos leoneses poderosos y cultos, están Fernando Merino, yerno de Sagasta y gobernador en esas fechas del Banco de España, y Gumersindo Azcárate, diputado por León desde 1886 y presidente entonces del Instituto de Reformas Sociales. Y está, claro, Pio Gullón, exministro de Gobernación y de Estado, conocedor de los viajeros románticos desde su época de articulista y director de periódicos.

En 1912 la autora vivió durante varios meses en Astorga para ambientar su novela y visitó varias veces Castrillo de los Polvazares.  

Desde esa Astorga que le parece yerma y desamparada, se adentrará Mariflor en la aldea de Valdecruces, corazón de la Maragatería profunda. Allí descubrirá «ese pueblo bravo y taciturno de mujeres cuya soledad y sacrificio llevan de forma impasible, estoica e inalterable desde generaciones».

La protagonista lo percibe como un mundo fenecido o un planeta huérfano de la humanidad. «Y este país – cavila con espanto – es el mundo, ‘todo el mundo’, para la abuela, para Felipa y mi prima Olalla».

¿Pero dónde están los hombres? En la emigración, - dice la abuela - como el padre de Mariflor, o en los caminos conduciendo sus galeras. «El hombre que se nos quedase aquí –añade– sería por no valer, por no servir más que para labores animales. Los maragatos–sentencia– son muy listos y se ocupan en otras cosas de más provecho».

«Los maridos arriban a estas mujeres – continua el relato - potentes y germinadores a imponer, como un tributo, la propagación de la especie, a dejar la semilla de la casta en las entrañas fecundas de unas hembras, tan capaces, que hasta en el páramo cruel han producido flores». Lo había dicho la abuela camino de Astorga: «En nuestro país no se admiten reinas. Allí todas las mujeres somos esclavas».

El libro vio la luz en 1914. Ese año, en vísperas de la primera guerra mundial, se convocaron en España elecciones generales bajo sufragio universal masculino de las que resultó presidente Eduardo Dato. El libro fue un gran éxito y la Real Academia le concedió el Premio Fastenrath.

Concha Espina, se convirtió en una de las escritoras más interesantes y galardonadas. En 1916 recibió el Premio Espinosa y Cortina, en tres ocasiones fue candidata al Novel de Literatura y en 1927 recibió el Nacional de Literatura. Al terminar la Guerra Civil tenía 71 años y, aunque ciega, seguía escribiendo con ayuda de un artefacto.

En 1949 obtuvo el Miguel de Cervantes de Periodismo, pero, pese a tantas distinciones, la Real Academia, inaccesible a la admisión de mujeres, siguió rechazándola como miembro de número. Al morir en 1955 dejaba 37 novelas,–varias de ellas, como la Esfinge Maragata, llevadas al cine– 4 obras de teatro y 3 libros de poesía.

Seis años antes, en 1949, Simone de Beauvoir había publicado ‘El Segundo Sexo’, una de las obras fundacionales del feminismo. Concebido, como en el caso de Concha Espina, a partir de su reflexión personal sobre el significado de ser mujer, el poderoso ensayo sobre la condición femenina analiza en un contexto universal lo que esta había identificado 35 años en el microcosmos de la Maragatería.

Artículodedicado por el autor al recientemente fallecido periodista y escritor Jesús Torbado
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