16/07/2019
 Actualizado a 12/09/2019
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Aunque tengamos cierta debilidad por el bipartidismo, que en España parece que ha funcionado bastante bien, resulta interesante ver cómo, ante la falta de mayorías suficientes, unos y otros se ponen a dialogar y a establecer pactos. Algunos políticos muy ávidos de poder, ya que no lo pueden conseguir todo, al menos intentan coger un buen pellizco. A la fuerza hay que dialogar. El ejemplo más reciente lo tenemos en Castilla y León. Quienes en teoría tal vez tendrían que llevarse como el perro y el gato han conseguido sentarse, hablar y repartir responsabilidades. La duda que nos puede asaltar es si realmente se trata de buscar entre todos lo mejor para la sociedad o si lo que se pretende simplemente es repartir la tarta.

En realidad todos los partidos políticos deberían coincidir en lo fundamental: servir al pueblo, administrar bien los recursos, distribuirlos equitativamente, crear un clima de paz y bienestar para todo el mundo… Entonces ¿a qué se deben tantas diferencias, si el objetivo debería ser el mismo? Porque todos dicen defender el derecho a un trabajo digno, a la vivienda, a la educación, a la sanidad… Lo que ocurre es que no todos proponen el mismo camino para alcanzar estos fines y que también se meten por medio las ideologías. No da lo mismo partir de una base materialista, que no tiene en cuenta la dimensión espiritual y trascendente del ser humano, que tener presentes unos principios que valoran la dignidad del ser humano como hecho a imagen y semejanza de Dios y no como un mero producto del azar. Esto sí que es una gran diferencia: el no respetar el derecho a la vida en todas sus etapas. Como lo es también la forma de abordar el tema de la familia. Y aunque sea la izquierda la que lleve la fama de no respetar estos principios, tampoco la derecha los defiende con valentía y firmeza y, puestos a pactar por compartir el poder, tampoco le importa renunciar a ellos. Pero ¿por qué unos y otros no deberían ponerse de acuerdo en defenderlos?

Otro tema que, aparentemente al menos, parece distinguir a unos partidos de otros es la forma de abordar la cuestión social, la economía, el trabajo... Como si unos estuvieran más a favor del obrero y otros más de parte del empresario o del capital. Pero en la práctica las cosas no son tan simples. A veces los que más hablan de justicia social llevan a las gentes a la miseria. Basta con observar lo que sucede en los países comunistas. Aquí sí que habría que desterrar prejuicios y etiquetas y ponerse a dialogar con realismo.
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