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El pacto del pescador

24/06/2022
 Actualizado a 24/06/2022
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El fin de semana pasado pesqué por primera vez. O más bien, viví una jornada de pesca, que no quiere decir que pescara. Fue en el asturiano río Nalón, aunque más cerca del nacimiento, es decir de León, que de la desembocadura. Bajaba la corriente bailarina. En una orilla pastaban dos yeguas; en la otra, un escarpado bosque de hayas y abedules. Caía la tarde, o la noche, que los días son muy largos y no se sabe cuál es la frontera. Me enfundé las vadeadoras hasta el pecho. Y mi compañero de pesca me pidió que me fijara en las eclosiones. De insectos, claro. Efímeras de alas en pico o tricópteros de alas alargadas. Escudriñé a mi alrededor. Había bichos volando por encima del agua. Qué eran, no sabría decir. Efímeras, sentenció mi compañero. Hurgó en un bolsillo de su chaleco y extrajo una cajita transparente llena de diminutos anzuelos recubiertos de plumón. Escogió lo más parecido a una efímera. Para engañar a la trucha, dijo. La colocó al final del bajo de nylon. Y empezó el baile.

¿Habéis visto la película ‘El río de la vida’ de Robert Reford? ¿Cuando lanzan la mosca al atardecer y destella en el aire? Pues eso mismo. El juego de muñeca del lanzado de la mosca, averiguar dónde está la trucha, el ritmo de la corriente, que la mosca se deslice sobre el agua como si fuera una efímera. No acercarse mucho para que no te descubra la trucha. Calcular la distancia, la curvatura de la línea, la profundidad del lanzado. Es física, pura física, me explicó mi compañero. Resulta que hay infinitas técnicas de lanzado, incluso escuelas de lanzado. Y controversias entre ellas. Mi compañero fundó una junto con un gran maestro italiano. Daban cursos, formaban a pescadores. Fue hace tiempo, ya no le interesa. Solo le interesa la soledad del río. Se sentó en una piedra con los pies en el agua y lió un pitillo. Porque al final, eres tú, el río y la trucha, dijo.

Y al final, sí, la trucha se cebó, coleteó en el agua, él la fue atrayendo poco a poco, dejándola ir con la corriente, y tirando de ella cada vez más cerca. Hasta que consiguió meterla en la sacadera. La trucha se revolvió. Nos miró son sus ojos (supongo) furiosos. Él le extrajo el anzuelo con unas pinzas, la admiró, kilo y medio, sentenció, y la soltó en el río de nuevo. Distinguí su silueta abriéndose paso hacia lo más profundo de la poza. Me pareció una metáfora, el hombre en lucha contra la naturaleza. Pero no arrasándola, sino pactando con ella. En paz. Un pacto del hombre con la naturaleza.
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