El orfebre de las palabras

López Costero es capaz de plantear al lector ocultos temas,sugerir sentimientos, hacer que palpe la extrañeza de la cotidianidad

Manuel Ángel Morales Escudero
28/05/2017
 Actualizado a 17/09/2019
Fermín López Costero.
Fermín López Costero.
En efecto, el autor ha encontrado en el relato breve y en la poesía ese rayo del que hablara Miguel Hernández, esa inspiración rauda y fugaz que es una intuición profunda de la esencia de las cosas.

Percy Bysshe Shelley tiene un enigmático poema titulado ‘No despertéis a la serpiente’ y en gran medida, cuando leía la obra de Costero, recordaba el segundo verso «por miedo a que ella ignore su camino». El autor berciano es capaz de despertar a esa serpiente silente y escurridiza y plantear al lector ocultos temas, sugerir sentimientos, hacer que palpe la extrañeza de la cotidianidad. López Costero ha cultivado básicamente la poesía y el microrrelato.

Comienza con un libro de cuentos en el año 2003, ‘Pequeño catálogo de historias breves’ en el que se advierte la influencia de Antonio Pereira, con el que mantuvo una larga y provechosa amistad. De hecho, en el año 2006 publica su ‘Catálogo bibliográfico de Antonio Pereira’, imprescindible para conocer la obra del autor villafranquino. La obra incluye una sucinta biografía del escritor pero suficiente y, además, un catálogo con imágenes de las diferentes portadas de los libros de Pereira, así como una breve ficha explicativa. De hecho, es una obra fundamental dentro del estudiodel cuentista villafranquino. En el año 2008 publica ‘Memorial de las Piedras’, dedicado a las ruinas del monasterio berciano de Santa María de Carracedo. En el año 2009, el autor vuelve al microrelato con ‘La soledad del farero y otras historias fulgurantes’. Le sigue el poemario ‘La fatalidad’ en el año 2014 y, por fin, en el pasado año 2016 el libro de poemas ‘La costumbre de ser lluvia’ y su última obra, del mismo año, ‘Teatro de sombras’.

Lo primero que me llama la atención es que su primera obra se publicara a los 41 años. Y no se trata de un libro de iniciación sino de uno muy meditado, pulido,interesante. Es Literatura, no un mero libro más. Este pudor del autor,muestra también que ha esperado mucho tiempo para darse a conocer y que durante ese tiempo, ha leído, ha llevado una intensa vida cultural, y ha esperado a un florecimiento que, finalmente, ha merecido la pena, pues, como digo, la obra de Fermín López Costero es pura Literatura. Que se haya centrado en la poesía y el microrrelato desvela la importancia que el autor da a la experiencia de la lectura, pues en ambos casos, lo importante, es la tensión, la fuerza de las imágenes, la explosión imaginativa.

Por eso lo he comparado con un rayo, porque poesía y microrrelato comparten la brevedad como oportunidad para revelar una historia, un momento concreto, una imagen y hacerlo de forma breve, concisa y efectiva es fundamental. Costero lo ha practicado en la soledad de su estudio y cuando finalmente lo ha compartido, el resultado es claramente satisfactorio. Y lo es porque sus relatos son amenos, interesantes, se leen fácilmente tanto por lo que dicen como por lo que sugieren. Ese es uno de sus grandes méritos. En sus libros no sobra nada, como en un reloj en el que ninguna pieza puede desecharse sin hacer que todo se pare. Y de hecho, la vida del autor berciano aplicado con fruición a la elaboración de su obra me recuerda a la de Spinoza, puliendo sus lentes con precisión milimétrica. Que el autor disfrute escribiendo es algo que se nota y que se transmite al lector que recoge esa experiencia y la amplifica con su experiencia personal.

‘Teatro de sombras’ recoge, una vez más, con renovada maestría, la mayoría de las temáticas de Costero. Así, es importante la figura de la muerte y de los muertos, abundando los cementerios, las criptas y los difuntos que, o bien no saben que lo son o vuelven sabiéndolo, a visitar a los vivos , revelando que no por morir han perdido la forma de ser humana, con sus miedos, miserias y agonías. En ‘Los aparecidos’, experimentamos el asombro pero también la piedad. Es un relato romántico que recuerda a ese amar después de la muerte calderoniano, y lo hace en unas pocas líneas, explorando como Calderón, esas profundas simas que ocultan sus personajes. Y es ese mundo etéreo, entre los vivos y los muertos, el que está presente en ‘Jugando al escondite’, otro relato en el que el humor, la ternura yla desgracia intuida se mezclan. El humor negro está presente en otro estupendo cuento, ‘Los archivos de la muerte’, en el que se nos escapa la sonrisa imaginándonos a la Muerte como una oficinista a la que se le piden cuentas de su trabajo, que ni ella misma puede controlar, al parecer...

También Costero trata alguno de los grandes cuentos de la Literatura clásica y les da su toque personal, lleno de ironía y gracia, como en ‘El lobo’ o ‘La bella durmiente’. Pero es la sensación de extrañeza la que llena muchas de las páginas, como ya hiciera en sus otros libros de cuentos, como en ‘La muerte de Sherlock Holmes’ o en ‘Fin de Temporada’, en el que explora alguno de los terrores que muchos también hemos sentido, tal cual sucede con esos maniquíes que se quedan desnudos entre temporada y temporada, a los que nadie parece prestar atención salvo el autor.¿Quién no se ha sentido inquieto ante esos maniquíes solitarios mirándonos tras los cristales?Es una imagen que sobrecoge, como lo hicieran las escenas de Blade Runner, cuando va a la caza de los replicantes y se mueve entre fantasmagóricos muñecos, inertes...

Aún en el reino de la imaginación, Costero tiene la oportunidad para la crítica social, no directa, pero sí claramente sugerida. Así, en el cuento ‘Entrevista de trabajo’, cuando el lector comparte el estupor de la entrevistada al descubrir esas pezuñas de macho cabrío ocultas tras la mesa, en vez de los clásicos zapatos negros del entrevistador. Más clara me parece la crítica y aún la burla en ‘Ingeniería biomédica’. Una sátira divertida sobre la adulación de esos padres modernos por la ciencia, la técnica y el último invento que satisfaga sus egos y los de sus hijos. De hecho, lo que más inquieta de este relato es que, por un momento piensas que podría ocurrir, que tal vez, en algún lugar del mundo, ya exista gente que piense así. Esta crítica social se tiñe de humor en el relato ‘Industria conservera’, siendo, al mismo tiempo, un homenaje a un personaje mítico con tanto juego literario como las sirenas...Escabechadas.

‘La visita’ me parece un cuento estupendo. En cierta medida, me recuerda mucho a Rulfo. Esavisión de lo anormal como algo cotidiano, perfectamente inteligible, racionalizado como es la visita de un pariente, recientemente fallecido, no es nueva, pero el tratamiento que le da Costero es muy personal. El cuento me recordaba a ‘La pata de mono’, un cuento clásico de terror en el que unos padres desesperados por la reciente muerte de su hijo, deciden recurrir al misterioso poder de la pata para conceder deseos, pidiéndole que su hijo regrese. El mismo tema del muerto que regresa puede verse en alguno de los relatos de la película ‘El Filandón’ y también en Carlos Fidalgo. Pero Costero lo trata de un modo muy a lo Pereira, con un humor que hace que el hecho asombroso se vuelva casi jocoso, con ese padre que llega para recordarles a todos que no se olviden de la visita del técnico de la calefacción, que viene el jueves a revisar la caldera. Es, sencillamente, un cuento memorable.

Pero Costero es un autor, como dije, que se divierte con lo que hace. Se nota que disfruta escribiendo. Así, también hay cuentos para la simple ocurrencia, como en ‘Magia Potagia’ o ‘Nacido en el agua’. Son esas historias que al autor escribe extrayéndolas de hechos cotidianos. Donde los demás no ven, Fermín sí que adivina una historia. Y lo hace muy bien.

En la obra del autor berciano también hay espacio para la melancolía, como en el relato del mismo nombre, en el que en la autopsia de un hombre, el médico encuentra bancos de melancolía, como niebla que llenara sus espacios vacíos. Y este sentimiento, está presente en ‘La tristeza de las acacias’, breve y bello, con el que me gustaría concluir: «El viejo maestro, el que nos había enseñado cuánto de esplendor hay en la vida, falleció una mañana de otoño, mientras en el patio del colegio, entre la soledad de la niebla y la tristeza de las acacias, jugábamos los niños difuntos». Como dije antes, nada sobra en cada uno de los relatos de este orfebre de las palabras.
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