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El opio del pueblo

23/10/2019
 Actualizado a 23/10/2019
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Intuyo que no debe de ser tan sencillo, no. Pese a que películas y series nos han acostumbrado desde la imberbe pubertad a las imágenes de muertes violentas, hasta el punto de que ni siquiera nos sorprenden ni repelen ni nos producen desagrado ni vómito, hasta llegar incluso a considerar el crimen como una modalidad más de las relaciones humanas, intuyo que no debe ser nada sencillo matar a una persona. Me refiero al acto en sí, al gesto que empuja el puñal o aprieta el gatillo o golpea con objeto contundente en la cabeza. No, no debe de ser lo mismo verlo en una pantalla que cometerlo. Intuyo que algún cortocircuito debe producirse en el cerebro para poder llevarlo a cabo.

La etimología de la palabra asesino nos lleva al siglo XI, hasta la Fortaleza de Alamut, donde el Viejo de la Montaña, jefe de una temible banda de sicarios, hacía uso del hachís para convertir a sus secuaces en auténticas máquinas de matar: ‘hashashin’, fumadores de hachís, asesinos.

Lukasz Kamienski, en su libro ‘Las drogas en la guerra’, afirma que «la guerra en buena medida es inseparable de las drogas». Defiende que a lo largo de la historia son habituales las referencias a sustancias tóxicas que ingieren los combatientes para inspirarles en la lucha y paliar los efectos psicológicos del combate. Desde el vino de los hoplitas griegos, hasta el pervitin de los nazis y las más modernas técnicas del uso de la neuroestimulación directa del cerebro, la droga es necesaria para desatar la violencia y recibirla.

De entre todo el carajal de noticias sobre Cataluña que copan estos días los medios de comunicación, me llama la atención la de que en las mochilas de una treintena de detenidos se encontraron numerosas dosis de metanfetamina y MDMA, drogas que provocan euforia e hiperactividad, lo cual, en opinión de la Policía, explicaría comportamientos tan violentos.

La idea no es original de Marx, pero sí es suya la formulación que la ha hecho célebre: la religión es el opio del pueblo. Idea equívoca pues se puede entender como consuelo o como engaño. Personalmente, me resulta muy sencillo sustituir religión por nacionalismo y este simple cambio de sujeto me ayuda a comprender en gran medida el absurdo, la ofuscación y la violencia de lo que sucede en Cataluña.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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